Una foto aleatoria

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Una frase aleatoria

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lunes, 30 de junio de 2008

Mis breves conversaciones

Tenía un amigo americano, con quien no me hablo desde hace años, que mancilló en mi juventud el honor y el orgullo que yo sentía por ser español. Sostenía este joven (hoy ya un hombre hecho y derecho, investigador famoso y reconocido, al que se invita como conferenciante a los mejores congresos, y por cuya presencia en los comités editoriales se pelean las mejores revistas científicas) que las razones del atraso científico de nuestro país no podían resolverse aumentando el porcentaje de I+D, ni trayendo del extranjero a los mejores profesores, ni limitando el acceso a los estudios universitarios sólo a los alumnos que tuvieran las mejores calificaciones en el bachillerato.

Todo esto me lo dijo en un debate intenso que tuvimos en la cafetería del Departamento de Informática, en los últimos días de una estancia posdoctoral que realicé bajo la supervisión del Dr. Dietrich Forrester, uno de los principales referentes mundiales en codificación y transmisión de la información, y el cual le había dirigido a mi amigo la tesis doctoral, y que había tenido también la amabilidad de acogerme durante ocho meses para completar mi formación en el área en la que, veinte años después, sigo investigando.

Las razones que aducía de nuestro peor nivel científico se encontraban, ni más ni menos, que en la naturaleza de nuestro propio idioma, el de los inmortales Cervantes y García Márquez. Sostenía mi colega que los españoles necesitamos demasiadas palabras y demasiado tiempo para decir lo que en inglés se expresa con mucha mayor brevedad, y que el exceso de tiempo que dedicamos a hilar tan largas frases, a hacer concordar el género y número de los verbos con el género y el número de los sustantivos, a pronunciar los interminables adverbios terminados en -mente, ellos lo dedican a pensar, a inventar, a discurrir, y de ahí su superioridad en los campos de la tecnología y de la ciencia.

A los pocos días, como ya digo, abandoné los Estados Unidos y regresé a España. Recuerdo que, en la primera noche de jet-lag, me quedé hasta tarde viendo en la segunda cadena una película subtitulada. Efectivamente, lo que los actores de habla inglesa expresaban en escasos segundos, requería bastantes líneas de texto en español en la parte inferior de la pantalla: de hecho, cuando el actor o la actriz terminaban de hablar, yo seguía aun leyendo su traducción al castellano.
Luego, como suele pasar cuando te llega la edad, me casé. Mis años de matrimonio han sido muy felices, y lo único que los ha perturbado ha sido mi obsesión por aprovechar el tiempo dedicando menos a la transmisión de mensajes. Mi mujer ha sabido apoyarme y comprenderme en esta neurosis, y ha aplicado conmigo los principios de compresión de la información que estudié en la carrera. Estos principios son los mismos que usted, sin saberlo, aplica cuando utiliza algún programa de su ordenador para comprimir un archivo y, empaquetado todo en un zip o en un rar, le disminuye el tamaño: luego, puede restaurarlo a su tamaño original sin haber perdido un ápice de información. Es decir, que se guarda lo mismo en menos espacio.

Estos mecanismos proceden de ciertos algoritmos de codificación de la información, como los de Shannon o Huffman. No abundaremos en los detalles técnicos; pero, para ejemplificar y que ustedes me entiendan y comprendan mi historia, aplicaremos una sencilla variante al célebre poema de Federico García Lorca:

Verde que te quiero verde. / Verde viento. Verdes ramas. / El barco sobre la mar / y el caballo en la montaña. / Con la sombra en la cintura / ella sueña en su baranda, / verde carne, pelo verde, / con ojos de fría plata.
Verde que te quiero verde. / Bajo la luna gitana, / las cosas la están mirando / y ella no puede mirarlas.

Lo que haremos para ahorrar espacio será asignar un código a cada palabra. A aquellas que más se repiten le asignamos uno de muy poca longitud, y dejamos los códigos más largos para los que menos veces aparecen: en el texto anterior, verde aparece siete veces; la, seis; en, tres; luego, varias palabras aparecen dos veces, y otras varias aparecen una sola vez. Los programas de ordenador que ya he mencionado funcionan más o menos así, pero introducen en su forma de funcionamiento logaritmos, funciones matemáticas, bits y bytes, que enturbiarían este texto y que dificultarían su lectura.

Bien, pues, a partir de la discusión anterior, en lugar de decir “verde”, la palabra más frecuente, diremos y escribiremos 0; en lugar de “la”, emplearemos el 1; para sustituir “en”, usaremos el 2. De este modo, la primera estrofa del poema de Federico queda convertido en la siguiente ristra de números que, bien entendida, sigue poseyendo para una mente acostumbrada singular belleza:

0-6-8-7-0 / 0-38-37-32 / 4-12-33-1-23 / 9-4-13-2-1-16

Obsérvese que esta técnica resume bastante la cantidad de espacio y de tiempo: “Verde que te quiero verde” es “0-6-8-7-0”: utilizo menos tinta para escribirlo, empleo menos tiempo para leerlo, lo comprendo exactamente de la misma forma, dedico lo que me sobra al pensamiento creativo.

A las frases habituales de la vida conyugal, mi esposa y yo les hemos asignado números, igual que, en el ejemplo anterior, a la composición del poeta. Así, en lugar de decirle «Buenos días, mi amor», le digo «Cero», frase/palabra que acompaño con un cariñoso beso: no es que este saludo sea la frase más frecuente en nuestras conversaciones, pero sí es la primera que le digo cuando me levanto y, como suelo hacerlo de regular humor y con pocas ganas de hablar y de que me hablen, he optado por modificar el algoritmo de compresión, para considerar en él las circunstancias prácticas de la vida real, y no sólo la frecuencia de aparición de palabras o frases. Cuando me marcho al trabajo le digo «Once», porque ésta sí es nuestra undécima frase más frecuente, según fui anotando de manera exhaustiva durante los seis primeros meses de nuestra vida en común.

No obstante, dependiendo de las circunstancias, la lista se altera: antes de que la atacase el anisakis, solía preguntarle «¿38-105?», que quiere decir: «¿Cenamos lenguado?». Ahora, como no puede tomarlo, el 105 ha pasado a ser «Ensalada», que ocupaba antes el puesto 143. Cuando nos íbamos a la cama en el primer año de casados, con toda nuestra pasión, le decía: «¿Uno?», y ella contestaba afirmativamente. Ahora, a veces le digo que si ochenta y cinco.

En El Día de Ciudad Real.

viernes, 20 de junio de 2008

Lo que nos cuenta el número Pi

«Cuando se proclamó que la Biblioteca abarcaba todos los libros, […] todos los hombres se sintieron señores de un tesoro intacto y secreto. No había problema personal o mundial cuya elocuente solución no existiera». (Jorge Luis Borges, La Biblioteca de Babel).

Mi amigo León, que vive en Granada, ni me leerá ni se acordará, pero una vez, cuando en la zona del Torreón se encontraba un pub de nombre «Pi 3,14», nos propuso a los amigos ir allí a tomar algo: «¿Pasamos al Pi tres-catorce-veintiuno?», preguntó. Cambiarle dos cifras al número \pi (cuyo valor real es 3,1415926535897932… aunque sigue hasta el infinito sin parar), o redondearlo (habitualmente a 3,1416), puede no suponer un error demasiado grande en el cálculo que se pretenda; sin embargo, truncarlo quita de nuestra vista una gran cantidad de conocimiento, de historias, de Historia, de sueños, de futuro y de pasado.

El número en cuestión es trascendente, lo que viene a significar que tiene infinitos decimales sin periodo alguno: es decir, ninguna secuencia de decimales de \pi se repite y, de este modo, cualquier número que se nos ocurra, por largo que sea (nuestra corta edad, nuestra cuenta corriente, los dos juntos, los números de cuenta de todos nuestros vecinos uno detrás de otro), se encuentra entre los decimales de esta constante.

Podemos, por otro lado, inventarnos un código, parecido a como funcionan los ordenadores, y asignar a cada letra de nuestro alfabeto un par de números. Siguiendo el orden alfabético, por ejemplo, a la A podemos asignarle dos ceros (00); a la B, un cero y un uno (01); a la C, un cero y un dos (02); seguimos así hasta la Z, a la que, tras haber desechado la Ch, la Ll y la Ñ, asignamos el dos-cinco (25). Empecemos otra vez, de modo que la A sea también el 26, la B el 27, y seguimos así hasta el 99, que corresponde a la cuarta asignación que le hacemos a la V, que queda codificada entonces con los números 21, 47, 73 y 99. Si damos la vuelta pasamos al 00, que era la A, así que paramos.

Con este código, en las primeras cifras decimales de \pi encontramos las letras siguientes:

oponjlbgmuarmgbycgttrnpxkgutxshxhdmgckivicdwzivrgbeocizgeeovjmsirygwfubhodcwlrtcgkbbphvkdhmuwqlcpddsscdjxohhsjcvewxliafnbmbmntmhooiiiiktramen

…que no significan nada en apariencia; pero hallamos en su final una palabra castellana, “tramen”, del verbo tramar. Si seguimos buscando más adelante encontramos colores, como “rojo”, o “azul”, y más adelante todavía palabras más largas, y frases corrientes, como “buenosdías”, o “adiósamigo”.
Y mucho más delante, encontramos cualquier pensamiento que se nos ocurra, y este mismo artículo, y el otro que no he escrito o que deseché porque no me gustó, y también lo que el lector está pensando cuando lee estas líneas, tanto si es bueno como si es malo, y el Ingenioso Hidalgo en castellano antiguo, y también en inglés, y nuestro nombre con sus dos apellidos; y lo que nos ocurrió cualquier día aparece también relatado con tanto detalle que nos avergonzaría encontrarlo: sólo hace falta paciencia y ponerse a buscarlo.El que quiera hacerlo puede llegar, a través de la Wikipedia, a los primeros millones de cifras del inmenso \pi, y hacer la conversión a letras y de ahí a palabras. Se ha comparado la Wikipedia con la universal biblioteca de Babel de la que escribió Borges, en la que están todos los libros del mundo, los escritos y los por escribir y los que no se escribirán nunca. El número \pi, tan coqueto, con esas dos patitas que parece que van a echar a correr, sí que guarda de verdad absolutamente todo.


En El Día de Ciudad Real.

miércoles, 11 de junio de 2008

La vida literaria

«A media tarde, salía por Madrid a hacer eso que se ha llamado vida literaria: un poco de Ateneo, un poco de pintura, un poco de conferencia, un poco de flirteo, un poco de cóctel». Francisco Umbral, 1977

Me encontré con la frase de arriba en mi libro de COU, un manual de Lengua de la editorial Anaya de Fernando Lázaro Carreter. El autor ilustraba con ella un recurso estilístico con el que el escritor prescinde, a sabiendas, de la conjunción copulativa al término de una enumeración, dándose de este modo la idea de que la lista que se cita está incompleta y podría continuarse.


Así, el descubrimiento de la vida literaria, definida mediante la enunciación de unos pocos ejemplos de aquello en lo que puede —o no— consistir, me llenó de júbilo, y las dudas que pudiera tener sobre cuál quería que fuese mi futuro se me terminaron de disipar con ese perfil de bohemia y romanticismo tan magistralmente trazado.


Pasé mi año de COU en un instituto público de Madrid, matriculado en turno de tarde, y más como un mero número que añadir a la estadística de alumnos por cada cien habitantes, que como estudiante auténtico, pues dedicaba las mañanas a conocer los lugares que Umbral no citaba expresamente, pero que sí podían intuirse de su enumeración iniciada pero no acabada.


Años después me ocurrió lo mismo en Sevilla. Coincidí en la residencia de estudiantes con algunos chavales de los que me hice gran amigo. Me fui allí a estudiar 4º y 5º de carrera y tenía, por tanto, tres años que perder de mi pasado si no dedicaba mi esfuerzo a superar los espacios de Hilbert, los autómatas finitos, los analizadores LL(1) y LR(1). Pero ¡era tan grande la tentación de la vida literaria! Por las mañanas recogía en su habitación a mi amigo Paco, de Cuenca, o a Fran, de Jaén, o a Óscar o a Fede, de Málaga, o a cualquier otro joven como yo, deseoso de fumarse la clase de Ingeniería o Arquitectura para, aunque fuera, pasar la mañana en la calle Sierpes viendo a la gente, o tomando café o una cerveza de importación en el Placentines o en el Leonés mientras saboreábamos unos cigarros buenos, sitios caros ambos para una economía estudiantil, pero que nos dejaban el poso de un regusto a cultura o a no sé qué que nos satisfacía. Otras veces era uno de mis amigos el que venía a por mí:


—¿Nos vamos a hacer “eso que se ha llamado”? —me decían, inacabando la frase que yo les había enseñado, como haciendo un guiño al autor y al recurso, y también a mí, sabedores de que era presa fácil para quehaceres como éste.


Ciudad Real también tiene su vida literaria. Ahora salgo menos, pero el año en que hice el proyecto de fin de carrera, y que pasé a caballo entre Sevilla y Ciudad Real, ocupado tan solo a medias, asistía con mi mujer (a la sazón mi novia) a tertulias literarias en el café Guridi, íbamos a una de las tres salas del cine Castillo y luego a El Dorado a comentar la película y a que Carmelo nos echara algo de beber. En la película Cotton Club, de Francis Ford Coppola, un personaje dice «Todo el mundo va a Cotton Club». En esa época todo el mundo iba a El Dorado. Aguirre decía que tenía “La esquina más fresca de Ciudad Real”. Los días de diario se hacía mucha vida literaria en este local: sentados en un taburete o en el banco que había en el interior, sin las apreturas del fin de semana, nos ponían rock y blues, música contundente y buena. Carmelo me pidió una vez unos pequeños pero potentísimos imanes con los que me vio jugar. Tenía proyectada la construcción de una máquina que, mediante oscilaciones, generaría una secuencia infinita de energía, supongo que con un péndulo metálico que no pararía de moverse, eternamente, de uno a otro extremo.


Años después de este episodio me lo he encontrado en el Teatro de la Sensación. Sin querer, sacudí en su lata de cerveza la ceniza que quemaba mi purito y se la llevó a la boca para darle un trago. No le dije nada, claro, y él no se dio cuenta. Le pregunté por su máquina.


—La he abandonado —me dijo—, pero ahora quiero abrir otro local.


Fue la noche en que tocó el trío de Javier Bercebal. Después del concierto me encontré a Rivas, que me habló del origen de algunas de las obras que cuelgan de las paredes del teatro; luego me dijo que en unos días se iba a La Habana, no recuerdo si a pintar o a aprender nuevas técnicas de pintura, o quizás a buscar material artístico para traerse aquí.


Avanzada la madrugada llegó la policía y nos pidió silencio. Todo esto es vida literaria, aunque en este tiempo no haya hablado con ningún literato y éstas sean las primeras líneas que produzco. Pero me gusta salpicar en mi vida detalles como éstos, de huida, o de fuga, quizás de rebeldía o de temporal escape, de detalles que yo llamo literarios.

—Vámonos a casa —me dijo mi mujer—, que es tarde y mañana hay que recoger a los niños.


En Autopsia, la revista de la ciudad muerta.

martes, 10 de junio de 2008

La huelga de transportes

Se puede flexibilizar el asunto de la tarifa mínima para los transportes y, al mismo tiempo, evitar el fraude, construyendo una sencilla aplicación informática que, bien, mediante web, bien mediante mensajes cortos SMS, recoja la matrícula del vehículo, el kilometraje y los litros repostados. La matrícula se validaría con la base del Ministerio de Fomento o de las Comunidades Autónomas (quizá mediante pasarelas), para comprobar que el vehículo es de transporte de mercancías o de pasajeros (todos llevan una tarjeta de autorización); el kilometraje, los litros y la propia matrícula, se usarían para verificar que el vehículo no gasta mucho más de lo debido (lo que podría indicar que hay una venta fraudulenta de combustible a terceros, que deberían comprarlo a precio no subvencionado).


En dos tardes, cualquier ingeniero informático desarrolla, prueba y deja operativa una aplicación de este tipo.



En El País

JOSÉ TOMÁS

«¡No te aplaudimos porque estamos merendando!».
(Un aficionado a Finito de Córdoba, tras ligar éste una serie de buenos capotazos al cuarto de la tarde, el 20 de agosto de 1996, en la plaza de Ciudad Real).


En los últimos días se ha escrito muchísimo sobre la tarde histórica de José Tomás en las Ventas, en donde la semana pasada cortó cuatro orejas, en un episodio apoteósico que parece ser que no ocurría desde hace cuarenta años (si bien Sebastián Palomo Linares consiguió un rabo, en la misma plaza, en 1972). Tengo la desgracia o la suerte de acudir poco a los toros, y menos a San Isidro (estuve hace tiempo en Las Ventas, pero viendo un concierto de AC/DC), aunque sí leo habitualmente las crónicas en la prensa y veo los resúmenes en televisión. Acudo a las plazas una o dos veces al año, y he tenido ocasión de ver colosales faenas, con vueltas al ruedo y salidas a hombros, emoción y unanimidad entre el público, convicción del presidente al otorgar los trofeos. Sin embargo, solamente una vez he sentido la carne de gallina por la emoción, hace como doce años, con dos capotazos, dos, de Curro Romero una tarde en La Maestranza, con su silencio inmenso, el olor a tabaco rondando el ambiente, la lluvia acechando. El resto de ocasiones buenas, en los que la afición ha dicho olé y ha disfrutado, me he sentido extraño, sin sentir que el pulso se me acelerase, como sí parecía pasarle al resto de aficionados.

Lo habitual es que el público se aburra, que uno vea desfilar una tarde tras otra a animales que no embisten, o a toreros a los que, a diferencia de a Ortega Cano (contaba en un entrevista que los toros buenos, cuando le miran en el ruedo, parecen decirle “Toréame muy despacito, porque yo te voy a embestir muy bien”), los toros no les hablan. No es normal matar al bicho a la primera estocada que se hunde hasta la bola, ni clavarle con perfección los tres pares de banderillas, ni que el morlaco acuda con fuerza y bravura al castigo de las tres varas: lo corriente es que el presidente disculpe dos puyazos, que una banderilla se caiga, que el toro agonice tras varios pinchazos infructuosos que dan en hueso, a los que sigue una sucesión de intentos de acertar con la cruceta para matarlo, la nuca despellejada y sangrante, en carne viva, la vida que se le escapa al toro con la hemorragia que le sale por la boca y que empapa un lugar específico de la arena, o la cara y el traje del matador cuando el animal, molesto por las banderillas que le penden en ese último hálito de vida, cabecea con fuerza para apartarse los palos y echarlos a un lado.

El espectáculo, para un tercero, es normalmente cruel, y suele carecer de arte para propios y extraños, si bien es obvio y no desmerece el valor de los toreros que bajan al albero a cumplir su función, con la intención segura de hacerlo dignamente desde el primer momento. «El Cielo», se ha dicho, «es una faena del Pasmao de Triana en una de sus tardes gloriosas».

En El Día de Ciudad Real

miércoles, 4 de junio de 2008

El Alquimista

«—Es aquello que siempre deseaste hacer. Todas las personas, al comienzo de su juventud, saben cuál es su Leyenda Personal. En ese momento de la vida todo se ve claro, todo es posible, y ellas no tienen miedo de soñar y desear todo aquello que les gustaría hacer en sus vidas. No obstante, a medida que el tiempo va pasando, una misteriosa fuerza trata de convencerlos de que es imposible realizar la Leyenda Personal».
(Paulo Coelho, El Alquimista).


Que yo recuerde, se identificaban tres partes en la columna griega: base, fuste y capitel. En función de la sobriedad o de la cantidad de florituras que tuviese, la columna podía ser dórica, jónica o corintia. La posición natural de las columnas es la vertical, pues suelen colocarse con el fin de sujetar algo. Cuando uno se encuentra una columna horizontal, como esta, es signo de que en el lugar ha habido un terremoto o una guerra, o que simplemente el tiempo y sus inclemencias han derruido el templo que sostenían.

Salvo en una ocasión, este espacio que ocupo, hoy hace ocho lunes, ha aparecido siempre horizontal, como si las noticias y opiniones que lo rodean fuesen una metáfora de algo que empieza a caerse, pero que una cuadrilla de albañiles, con ahínco y empeño, vuelve a levantar de vez en cuando. Ese espacio semiderruido y apuntalado podría ser España o su concepto, amenazado por desafíos como el de Juan José Ibarretxe, presidente del Gobierno vasco. Sin embargo, adquirir el compromiso de escribir, y el querer hacerlo dignamente, le obliga a uno a meditar y reflexionar acerca de aquello sobre lo que opina, a plantearse soluciones sobre los problemas que plantea, a definirse política o sociológica o culturalmente, y a no dejarse llevar, en un alarde impetuoso, por una primera reacción visceral sobre la consulta popular del gobernante autonómico.

Etimológicamente, “democracia” procede de dos términos griegos que vienen a significar “gobierno del pueblo”. Ocurre que el lenguaje da muchas vueltas influido por el uso y el paso del tiempo, por los enriquecimientos y empobrecimientos de otras lenguas, por el avance tecnológico y otros factores, y las palabras y expresiones, aunque permanezcan morfológicamente iguales, alteran su significado en algún momento, sin guardar relación aparente con el original. Una expresión que cada día carece de menor sentido es “tirar de la cadena”, pues hoy debería decirse “apretar el botón”. Vista la reacción del Gobierno y de parte de la oposición, también podría ser el caso de “democracia”.

En las comunidades de vecinos se decide por votación si se cambia o no la puerta que da a la calle; en los centros de enseñanza, los alumnos eligen al delegado de clase; cada cuatro años, de alguna manera elegimos a nuestros representantes en las Cortes; ocasionalmente se nos pregunta si queremos ingresar en la OTAN, si nos parece bien el proyecto de la Constitución Europea, si estamos de acuerdo con el nuevo Estatuto de Autonomía; se ha preguntado a los vecinos de Berlín si se mantenía o se cerraba el viejo aeropuerto de Tempelhof; en Suiza, tres o cuatro veces al año se consulta a los ciudadanos por temas muy variopintos. ¿Por qué, entonces, ese miedo a que los ciudadanos vascos se pronuncien sobre las dos preguntas que se les plantean? Si se les pidiera la opinión, por ejemplo, sobre la conveniencia de repoblar sus bosques con pinos o con abetos, ¿se echaría el Gobierno en contra y amenazaría con un recurso de inconstitucionalidad? ¿Dónde está el límite de lo que se puede preguntar libremente? Y ¿qué pasa si se pregunta?

Dejemos que Ibarretxe explore las posibilidades de su Leyenda Personal, y que sea su propio pueblo la “fuerza misteriosa”, de la que habla Coelho, que lo convence de que es imposible realizarla. Y si ganan los síes, que no seamos nosotros los que, a los vascos, les impiden cumplirla.


En El Día de Ciudad Real

Nuestros pequeños problemas

«Los muertos no advierten enseguida que están muertos, sino que lo van percibiendo poco a poco, seguramente para evitar un susto excesivo capaz de devolverlos a la vida».
(Juan José Millás, en Volver a casa).


La semana pasada criticaba en estas páginas la escasa calidad del régimen cubano, que me vendieron como democrático. La verdad es que hay tantos y tan serios problemas en el mundo, que el hecho de que unos pocos millones de personas carezcan de libertad de expresión y de movimiento resulta una minucia. En efecto, acaban de morir decenas de miles de personas en China y Birmania (por las pocas noticias que llegan, parece que en este país, hasta las víctimas vivas —heridos, damnificados, desplazados— han sido dejadas a su suerte por sus autoridades), sigue habiendo matanzas en Sudán, en Sudáfrica hay a diario asesinatos xenófobos, revueltas por las carestía de los alimentos básicos (pan, arroz, leche) en Indonesia, Yemen, Guinea, Burkina Faso (¿dónde está este país?), cinco mil personas están secuestradas en Colombia…

Realmente, entonces, el hecho de que el Gobierno español, socialista y de izquierdas, no afirme clara y taxativamente su oposición sin excepciones a la fabricación y venta de bombas de racimo (según Greenpeace, las empresas españolas que las fabrican son Explosivos Alaveses, Instalaza, Santa Bárbara e International Technology S.A.); que no solo apoye en votación plenaria en el Congreso el nombramiento de David Taguas (que tiene el gesto del que pasa por el escáner de Barajas ocultando una maleta con doble fondo, aunque las apariencias engañan), sino que expediente a Juan Antonio Barrio, diputado de su partido, por votar en contra (si los partidos, de funcionamiento democrático según el artículo 6 de la Constitución Española, obligan a la disciplina de voto, la libertad de expresión de nuestros representantes, a los que entre todos elegimos y entre todos pagamos, puede estar viéndose coaccionada, cercenada y disminuida a niveles similares a los de cualquier ciudadano cubano); que no solo retenga (que no “detenga”, porque jurídicamente hablando parece que hay una diferencia importante, aunque el efecto sea el mismo) a los inmigrantes indocumentados durante 40 días en los centros de internamiento de extranjeros, sino que se plantee ampliar ese plazo… decía, que estos hechos nuestros son problemas tan pequeños que apenas deberían recibir un minuto de atención en el telediario, o el espacio en la prensa del edicto breve de un juzgado. Ponemos la atención en lo que la prensa quiere y en aquello de lo que los tertulianos hablan, viendo que hay problemas en donde solo existen insignificancias; y, al contrario, muchas veces los problemas verdaderos acaban cuando dejan de hablarnos de ellos.

Mañana, o pasado, o al otro, comenzará otra guerra, se abrirá otro pedazo de tierra que se tragará una ciudad, o caerá sobre ésta una lluvia torrencial que la hará desaparecer; se expulsará de algún país próximo a los de color distinto, saldrán veinte aviones de otros tantos países con cientos de deportados; continuarán internados, sin juicio ni horizonte, los presos en Guantánamo y los disidentes en Cuba y en China y en Birmania y en tantos otros sitios; morirá en nuestro país una mujer más a manos de su marido; se emitirán más toneladas de CO2 a la atmósfera, se caerá al mar un gran bloque del hielo que ese mismo gas contribuye a derretir… pero lo que nos importa y nos escandaliza, desde el bienestar de nuestro sofá cómodo, desde la barra de bar o la mesa de funcionario en donde abrimos este periódico, será si la ministra comparte o no su baja maternal, si se anula o no el minitrasvase del Ebro, si esto significa que Zapatero ha incumplido su promesa electoral, si se lo llama trasvase o de otra forma, si la alcaldesa comienza las obras del tranvía que prometió en su programa electoral.

A veces conviene tener una visión catastrofista de un todo para mejorar una parte. Nos enteramos de todo al instante, y antiguamente no, y seguro que iba todo peor; la pena de muerte está abolida en muchos países, y hasta hace poco se cortaba la cabeza en medio mundo; tenemos instrumentos para medir el bienestar y el malestar de forma objetiva (el Índice de Desarrollo Humano de la ONU o el consumo de energía por habitante), mientras que antes ni siquiera nos interesábamos por el enfermo desahuciado que no tenía dónde morirse.

En El Día de Ciudad Real

No me quieras tanto

«Países para los cuales es válido este pasaporte: todos los del mundo, excepto Rusia y países satélites».
(En un viejo pasaporte de mis padres).

Salvo excepciones, los que hemos nacido en la democracia o en los últimos años de la dictadura carecemos del referente de inconformismo o revolución que contar a nuestros hijos, con carreras ante los grises, noches de detención en la DGS, asambleas estudiantiles ilegales o mayos del 68, que sí tienen o al que se han apuntado después los que nos llevan unos pocos años. En nuestras coordenadas resulta, además, cada vez más difícil encontrarse con personas que defiendan regímenes totalitarios como ese que fue nuestro, o como otros que todavía existen. Por eso, y por el hecho de adquirir para la vida una experiencia más, no hay que desaprovechar la oportunidad de conversar con uno de estos personajes en vías de extinción, que no es sólo que sea partidario del mantenimiento de un régimen dictatorial, sino que, en cierto modo, forma parte de él y colabora con su aparato. La sensación ha de ser parecida a la que un naturalista siente cuando descubre un ejemplar vivo de una especie que se perdió hace siglos, o a la de un arqueólogo cuando se topa con uno de los preciados objetos que persigue Indiana Jones. Conocer, entonces, los pensamientos de alguien así, bien vale un almuerzo.


Y éste tuvo lugar el jueves pasado en el restaurante Flor Canela. Aprovechando la festividad madrileña de San Isidro, una vicerrectora de la Universidad de Pinar del Río, en Cuba, que se encuentra realizando en Madrid una estancia postdoctoral, se desplazó a Ciudad Real para realizar una breve visita. La historia se remonta a 2002, cuando la UCLM firma un convenio con la Pinar del Río para impartir unos cursos de doctorado en el área informática. Varios profesores de Ciudad Real, entre ellos este columnista, se desplazaron a la isla para dar esas clases. Se esperaba que, en pocos años, los profesores cubanos comenzasen a defender sus tesis doctorales; mas lo cierto es que, hasta la fecha, ninguna ha llegado a cuajar. La vicerrectora ha venido a retomar y reactivar este tema dormido.


—¿Será afín al Régimen? —he preguntado a uno de los compañeros con los que luego comí.
—No lo dudes —me ha dicho—. Lo son todos los que tienen algún cargo en Cuba.


Para tantear a nuestra invitada mencioné los detalles aperturistas de Raúl Castro: los teléfonos móviles, el acceso de los nacionales a los hoteles. «Cambios cosméticos», vino a decir. Indagando, surgió el tema de sus elecciones; casi textualmente, me dijo: «Hace pocos meses hemos tenido elecciones libres. Sólo puede presentarse un partido; pero, por lo demás, son igual que aquí». “Lo demás” es… un mundo.


Hablamos de la libertad. «Dime una persona que no pueda salir o que no pueda volver». Le dimos los dos ejemplos: el primero, el de una amiga que ha tenido que presentar una carta del párroco y la factura del vestido para venir desde Cuba a la boda de su hermana en España: como el rey absoluto que otorga graciosamente un indulto, le concedieron el permiso; pero no a su hija de corta edad, así se aseguran de que volverá la madre. El segundo, el de un compañero cubano-español que tuvo destino en la embajada de Cuba en Moscú y en el consulado de Odessa; salió otra vez a un congreso y decidió no volver: 14 años después aún no puede hacerlo, aunque en este periodo falleciera su madre y solicitara el visado para el sepelio. «Es que lo de este hombre es alta traición. El Estado invirtió en su formación y al Estado le debe todo», nos vino a decir, sin contarnos que los jóvenes trabajan los veranos en el campo para pagar al Estado lo que éste les da.


Pero eso sí: igual que unos padres eligen la ropa de su hijo pequeño o le plantan una cenefa en la pared de su habitación, Fidel y Raúl les están cambiando los electrodomésticos a todos los cubanos: «Ay, amor, no me quieras tanto; ay, amor, no sufras más por mí», dice la canción cubana. «Y la educación y la sanidad es gratuita, y los jubilados no pagan las medicinas», me dijeron cuando visité el país. «Anda, igual que en España», pensó mi mujer. Pero discreta, como la Sherezade de Las mil y una noches, se calló.



En El Día de Ciudad Real

El viaje de todos

«Andrés comprendía el otro extremo, que el hombre huyese del dolor ajeno, como de una cosa horrible y repugnante, hasta llegar a la indignidad, a la inhumanidad». (Pío Baroja, El árbol de la ciencia).

Creo recordar que Serrat se autodefinía como «un latinoamericano nacido en Cataluña», y son muchos los que se proclaman «ciudadanos del mundo». Aparte de la plasticidad literaria que puedan tener estas frases, especialmente la primera, ambas encierran un sentimiento de universal pertenencia a un todo, a una mancomunidad de personas que comparten un viaje largo en el mismo autocar. Y, como tales, el que va en el lado del pasillo pega la hebra con el desconocido que lo separa de la ventanilla, no reclina su respaldo para no dificultar el movimiento del larguirucho de luengas piernas que tiene detrás, ofrece a sus vecinos que prueben los alimentos de su tartera. El destino final está lejos, las carreteras son tortuosas, y uno le ofrece su Biodramina al que, sentado al fondo, comienza a marearse.

Uno es quien es porque el azar lo quiso así; porque fue ese, de entre millones, el espermatozoide que primero alcanzó el óvulo, sin que haya más posibilidad, en esta lotería, de pedreas ni reintegros. Si la carrera la hubiera ganado otro, uno no sería el mismo, sino otro distinto, quizás muy parecido; podría recibir la misma educación en el seno de la misma familia, pero no sería igual, tendría rasgos que lo diferenciarían de ese álter ego que no llegó a tiempo y que no cuajó, por tanto, y con el que resulta entonces imposible compararse. También la casualidad nos ha hecho nacer aquí: las migraciones y destierros de nuestros antepasados, los cruces azarosos de mujeres con varones que terminan en enamoramiento y en descendencia, los que acaban en descendencia sin enamoramiento. Uno es fruto del azar, podía haber nacido aquí o allá, y si lo ha hecho aquí y aquí decide establecerse no significa ni que pertenece a este territorio, ni que este territorio le pertenezca.

El autocar es el mundo globalizado en el que vivimos y, el viaje, la vida fortuita de cada individuo, aunque cada uno se baje en diferente parada. Tengo que apretarme en el asiento para que el viaje de mis compañeros sea cómodo, meternos tres donde cabemos dos, sentar durante un rato en mis rodillas a alguien cansado, cederle el sitio a ratos y viajar yo de pie. Ese individuo podría ser yo si el azar así lo hubiera querido, acaso lo sea; puede incluso que tenga parte de mí.

En Europa no caben más inmigrantes, se dice a veces. ¿Europa es nuestra? ¿El autobús es mío o lo he alquilado? ¿América es de los indios? ¿África de los africanos? Apretémonos un poco, o paguemos entre todos los billetes para que los viajeros puedan desplazarse dignamente a su destino.

El ojo de Solbes

«La del pirata cojo con pata de palo,
con parche en el ojo, con cara de malo […]».

(Joaquín Sabina).

Si uno toma una fotografía de su ordenador y, en lugar de abrirla con un programa para ver imágenes, la abre por ejemplo con un procesador de textos, observará una larga ristra de caracteres sin sentido. El ordenador interpreta estos números y letras como los puntos que la componen, pues en ellos se almacenan su color y coordenadas, procesa estos datos y muestra la imagen. Por ejemplo:

OCEZFDAhIZieiEmDhwkEaecIZ5TRq.

Los inescrutables caracteres que he reproducido arriba forman parte del ojo cerrado de Solbes, que recientemente ha recuperado el parpadeo a cuya ausencia ya nos habíamos acostumbrado, no sin una intensa curiosidad, que se repetía en cada telediario, por saber qué la provocaba.
Si utilizamos la barra de Google para encontrar en Internet, por ejemplo, información de nuestra provincia, cuando comenzamos y escribimos “Ciudad”, la barra nos muestra una breve lista en la que nos sugiere las búsquedas más frecuentes que, realizadas por otros usuarios, comienzan por ese mismo término. De este modo, se nos propone “Ciudad de México” en primer lugar, porque debe de ser que sea éste el término más buscado, y “Ciudad Real” aparece unos puestos más abajo. Confieso que he estado un tiempo con una cierta obsesión por el tema del ojo de Solbes, y que en varias ocasiones he buscado la causa del mal del ministro. Hace semanas, cuando escribía “Ojo”, el famoso buscador me ofrecía términos como “Ojo de buey” u “Ojo de Dios”, pero no había rastro del ojo de Solbes.

Esto fue antes de las elecciones, en plena crispación, con el debate estatutario en su momento más granado y con la consiguiente ruptura de España a punto de materializarse. El interés de los ciudadanos en la política se encontraba bajo mínimos en estas recientes fechas: las discusiones intensas de los diputados en el congreso, de los periodistas en las tertulias o los cruces de declaraciones de los políticos en los medios de comunicación, no tenían su correspondiente reflejo en las conversaciones de amigos o de compañeros de trabajo a la hora del café; la distancia entre los ciudadanos y sus representantes, y entre aquellos y los hacedores de opinión era grande y, de hecho, apenas se participó en los referéndums de Andalucía (36%) y de Cataluña (49%), sociedad ésta aparentemente muy politizada y, a tenor de las noticias que nos han transmitido los políticos y periodistas que he citado antes, en continua tensión independentista.

En los tiempos finales, sin embargo, los debates de los candidatos a la presidencia registraron altísimas audiencias, como si en lugar de un Zapatero-Rajoy se jugara un Real Madrid-Barcelona, y la participación en las Elecciones Generales también ha sido elevada (más de un 70%). Como una metáfora del interés del pueblo por la vida política, si uno escribe hoy “Ojo S” en la barra de Google, el de Solbes aparece en la quinta posición. Ya que la conozco, iba a explicarles aquí cuál ha sido la patología que le ha aquejado, pero con todo este rollo carezco ya de espacio para poder hacerlo.

La universidad de los castellano-manchegos

«Esta universidad no es como la de Salamanca, en la que el rector está todo el día de procesiones y vestido de lagarterano». (Luis Arroyo, ex rector de la UCLM, el 7 de noviembre de 1990).

Las palabras que reproduzco arriba las recogí y anoté en un cuaderno que aún poseo, al poco de empezar el segundo curso de implantación de los estudios de Informática. La titulación carecía de edificio propio, se admitían cada año en torno a dos centenares de alumnos y las clases con más asistentes se impartían en el salón de actos de Magisterio. Recuerdo a los profesores dando la clase micrófono en mano, como artistas que fueran a deleitarnos cantando un bolero, y a los estudiantes tomando apuntes sobre las rodillas. En un acto semifestivo, los alumnos nos dirigimos en procesión a la Casa-Palacio de Medrano, en la calle Paloma, en donde antiguamente estaba situado el rectorado, y en donde mostramos al rector nuestro disgusto por las difíciles condiciones en las que recibíamos las clases. Luis Arroyo nos recibió y con esas palabras tan ilustrativas nos dio a entender eso, que las cosas acababan de empezar y que, como Aznar en Texas, estaban “trabajando en ello”.

Con este regadío, en los sembrados y barbechos a la orilla de la vía del Ave han crecido grandes edificios que albergan laboratorios modernos, una biblioteca dotadísima o aulas multimedia. Por alguno de los raseros que evalúan las universidades, la nuestra se sitúa entre las quince mejores de España, de las casi sesenta que tenemos, en cuanto a la calidad de nuestra investigación.

Y con el rasero del antiguo rector, nuestra universidad comienza ahora a alcanzar su madurez, porque sus pasillos ya se llenaron de doctores con birretes y becas de colores cuando se invistió a Umberto Eco, a Pedro Almodóvar o a Ignacio Cirac como doctores honoris causa, entre muchos otros, o cuando vino el Rey a inaugurar el curso.

En esta etapa de consolidación, la universidad crece con nuevos centros claramente necesarios, como la nueva facultad de Medicina, pero también con otros que parecen, en principio, seleccionados más con el ánimo político (muchas veces necesario) del café para todos que con el de emplear los dineros en lo que más se necesita. En Talavera de la Reina, por ejemplo, se creará el tercer centro de Ingeniería Informática de la Región, cuando esos estudios ya se imparten en sus cercanías (Madrid, Alcorcón, Móstoles, Leganés, Aranjuez), además de en Ciudad Real y en Albacete. La primera impresión, por tanto, es que crear un tercero, cuarto o incluso un quinto centro para impartir los mismos estudios universitarios en los diversos campus, resulta en un gasto poco planificado del dinero público en una región que, por ejemplo, carece de autovías que conecten sus cinco capitales.

Pero ahora que terminan los beneficios inmobiliarios y que no está claro por qué lado comenzará a recuperarse el crecimiento económico, un análisis más profundo de la situación nos invita a ser optimistas y a pensar que la inversión en materia gris y en producción de conocimiento está justificada. Esperemos que el Gobierno regional y el de la Universidad no se hayan equivocado, y que dentro de unos años, cuando vayamos al banco a pedir un préstamo, podamos poner un ingeniero en informática encima de la mesa en lugar de un ladrillo.

La decadencia de la sociedad

«Casi nadie imagina nada, al menos cuando se es joven, y se es joven durante mucho más tiempo del que uno se cree». (Javier Marías, en Corazón tan blanco).

Es un tópico típico (tan corriente como juntar las palabras típico y tópico) afirmar que los jóvenes vienen cada vez sabiendo menos: mi hijo terminará el bachillerato sabiendo menos que yo, que cuando lo terminé sabía menos que mi padre que, por supuesto, lo acabó con menos conocimientos que mi abuelo. Si nos retrotraemos, el más sabio de todos era el hombre de Atapuerca. Esta conversación resulta muy socorrida, se entra en ella con facilidad y enseguida se exponen argumentos que confirman la hipótesis, como la mala ortografía de los alumnos, su incapacidad para comprender un texto y el poco tiempo que dedican a la lectura.

Se achaca esto muchas veces a la desatención de los padres, que trabajan los dos y dejan a los hijos a su propio cuidado, toda la tarde ante el televisor o jugando a la consola, malcomiendo o malmerendando, desatendidos. La conversación se deriva pronto hacia la disminución progresiva de los valores de la sociedad, que nos llevará en pocos años al individualismo y al egoísmo más absolutos. ¿Adónde vamos a parar?

Afortunadamente, esta misma percepción existe desde hace siglos: en el Quijote (siglo XVII), se dice “que triunfan ahora, por pecados de las gentes, la pereza, la ociosidad, la gula y el regalo”. Casi trescientos años después, en su discurso de ingreso en la Real Academia (1897), Benito Pérez Galdós afirmaba que “es la sociedad la que está decayendo, la que se está descomponiendo; las grandes y potentes energías de cohesión social no son ya lo que fueron; ni es fácil prever qué fuerzas sustituirán a las perdidas en la dirección y gobierno de la familia humana”. Unos años más tarde, uno de los personajes de Pío Baroja en El árbol de la ciencia opinaba que “lo que hace a la sociedad malvada es el egoísmo del hombre”. Puede, sin embargo, que estas percepciones sean cosas de la edad, “porque al hacerse mayor todo parece peor, y es igual” (Los Ronaldos, grupo de pop de los años ochenta).

O bien la sociedad no decae o, si lo hace, hay una gran distancia entre el nivel de valores del que partimos hace siglos y el nivel cero hacia el que tendemos, con lo que la caída ha de ser necesariamente lenta, y, de momento, poco dolorosa.


En El Día de Ciudad Real

Okupación

erostratismo. (De Eróstrato, ciudadano efesio que, en el año 356 a. C., incendió el templo de Ártemis en Éfeso por afán de notoriedad). m. Manía que lleva a cometer actos delictivos para conseguir renombre. Diccionario de la RAE.

Acabo de llegar a este espacio como el que entra, para quedarse, en un edificio recién abandonado. Me siento en parte como un usurpador, un okupante, que viene a remodelar a su gusto el lugar que acaba de quedarse vacío. Y los cambios que yo haga en este cuarto, ahora sin luz ni agua, serán sin duda objeto de comparación con el estado anterior del inmueble, cuyo viejo inquilino, Víctor Bruno Gómez, ha mantenido con una decoración variadísima durante los últimos años, pero sin caer en el gusto hortera del que mezcla una camisa azul con una corbata pistacho. Ahora debo distribuir por este hogar mis muebles de opinión, mis cuadros de cultura, quizás alfombras de ficción, algún papel pintado en una pared con motivos religiosos, y también fotografías que relaten con objetividad algún hecho auténtico, alguna experiencia vivida en primera persona por mí, el nuevo vecino, o por algún fotógrafo al cual conozca.

Porque el hombre polifacético que acaba de abandonar la vivienda, escritor y escribiente, pensador, viajero, cinéfilo, guionista y, solo en sus ratos libres, astrónomo y licenciado en Físicas y profesor de esta asignatura en la universidad, ha dejado en este espacio pinceladas de acullá, de fútbol, de educación, de cultura, de investigación, de la expedición a la Antártida de la que formó parte, de política a veces: una decoración, por tanto, muy variada, plagada de inquietud por hablarnos de todo y por saber de todo, como él mismo es.

Entro, entonces, cometiendo a sabiendas un acto delictivo de allanamiento de morada, pero con el deseo de quedar dignamente en la segura comparación, como un Eróstrato más; igual que aquel que, cuatro siglos antes de nuestra era, consiguió en tan alto grado el propósito de delinquir para destacar, que su propio nombre ha dado lugar a una de las palabras más bellas, y a la vez más tristes, de nuestro idioma: erostratismo.

Opinión

Desde hace algún tiempo escribo los lunes en el diario El Día de Ciudad Real. Me dijeron "puedes escribir de lo que quieras procurando no insultar".
He pensado que este lugar pueed ser bueno para colgar mis articulillos de opinión.

Qué es afterBeatles

afterBeatles es un proyecto de mi amigo Enrique Locres, uno de los mayores expertos en The Beatles. En varios cedés, ha recopilado muchos de los trabajos que los miembros del cuarteto de Liverpool realizaron después de la separación del grupo, incluyendo comentarios, anécdotas y diverso material gráfico.
Abrí este espacio para que él lo completara con la información recopilada, pero se encuentra últimamente muy liado y apenas le da tiempo. De momento, iré yo colocando aquí lo que me vaya apeteciendo.
Un saludo.