Una foto aleatoria

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Una frase aleatoria

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lunes, 27 de diciembre de 2010

Literatura y vida


Acabo de terminar, hace un par de horas, un libro breve y bastante sabroso de Luis Landero titulado “Entre líneas: el cuento o la vida”, de Tusquets. Se trata de un medio ensayo de 160 páginas, con buena letra y que se lee en dos tardes: en dos, y no en una, porque hay fragmentos deliciosos tras cuya lectura uno vuelve hacia atrás para leerlos de nuevo. Habla, sobre todo, del oficio de escritor, y por eso lo recomiendo a cualquiera que a veces se siente con el bolígrafo o el teclado a intentar tejer, ante el folio en blanco, una historia de ficción: porque se va a ver a sí mismo en muchos de sus párrafos.

En este libro, publicado en 2001 (y escrito en un rincón íntimo que el autor describe de pasada, pero en el que hay una ventana desde la que se ve un día luminoso que le invita a salir a pasear y a gozar para aprovechar esa mañana que «como tantas otras cosas, no ofrecerá una segunda oportunidad de ser vivida»; una mañana quizás con mucho sol en la que, como él dice, vibra la distancia; escrito también deprisa porque con esa prisa ha tenido el escritor la necesidad de parirlo, y porque el lector le descubre al menos dos erratas que también se le han pasado al corrector ortotipográfico: habla de un “canino” sin asfaltar y se deja un “cómo” que merece la tilde sin acentuar), Luis Landero repite una frase que ya tenía yo recogida en un cuaderno y que copié de su novela “El guitarrista”, que es de 2002: «La vida siempre estaba un poco más allá de donde él estuviera», y que un poco se resume en esta otra: «Todo lo maravilloso pasaba siempre lejos». Colecciono frases desde hace muchos años, tengo casi doscientas, y a veces las leo para volver a disfrutarlas y se me van grabando, y me encuentro en ocasiones con sorpresas encantadoras, como encontrar la misma idea en dos lugares distintos: Gustavo Espinosa sitúa su novela “Carlota podrida” en la ciudad de Treinta y Tres, en Uruguay, y escribe que «ninguno de nosotros conocía siquiera el olor de la marihuana, porque no habíamos nacido unos años antes […]. Todo había ocurrido en el pasado. O estaba ocurriendo muy lejos y nosotros no lo sabíamos». Este mismo autor también escribe: «Como los dos eran del mismo parecer no se los oía muy cómodos en la conversación»; Paul Bowles, en “El cielo protector”, dice algo más o menos parecido: «Le entristecía comprobar que, a pesar de tener tan a menudo las mismas reacciones, las mismas sensaciones, nunca llegaban a las mismas conclusiones, porque sus respectivas metas en la vida eran diametralmente opuestas».

Luis Landero habla, en el párrafo que citaba antes, de Alburquerque, su pueblo, a donde «de tarde en tarde llegaban viajeros del mundo del comercio y de la farándula que traían en los ojos la luz vertiginosa de otras tierras», una estampa parecida a la del gitano Melquíades cuando llega a Macondo, la aldea de los “Cien años de soledad” de Gabriel García Márquez: «Todos los años, por el mes de marzo, una familia de gitanos desarrapados plantaba su carpa cerca de la aldea, y con un grande alboroto de pitos y timbales daban a conocer los nuevos inventos. Primero llevaron el imán. […] En marzo volvieron los gitanos. Esta vez llevaban un catalejo y una lupa del tamaño de un tambor, que exhibieron como el último descubrimiento de los judíos de Ámsterdam. […] “La ciencia ha eliminado las distancias”, pregonaba Melquíades».

Vargas Llosa, en su reciente discurso del premio Nóbel, que ya cité el otro día, dice: «Inventamos las ficciones para vivir, de alguna manera, las muchas vidas que quisiéramos tener cuando apenas disponemos de una sola». Antonio Muñoz Molina hace un par de años escribió lo siguiente: «Cuando uno es joven se imagina porvenires diversos. Se va haciendo mayor y lo que imagina son pasados posibles. Con los porvenires que ya no van a ser y los pasados que pudieron haber sido algunas veces se inventan novelas, porque la ficción, entre otras cosas, es una manera virtual de explorar algunos de los caminos que no se tomaron o que muy probablemente no se tomarán».

Efectivamente, qué de acuerdo estoy con todos ellos.

lunes, 20 de diciembre de 2010

Universijazz



Antonio García Calero es un músico y profesor de francés de nuestra universidad. Lo digo por este orden, músico primero y profesor después, porque seguro que, aunque sea este oficio el que principalmente le dé de comer, ha de ser aquel el que más satisfacción le produce. No sé mucho de él, sólo que es un tipo alto que toca al menos el bajo y el contrabajo, que estuvo en un antiguo conjunto ciudadrealeño, Blue Notes, con Mariví Sáez (excelente cantante, una vez le di dos besos) y Javier Bercebal (excelente guitarrista, yo le di una vez la mano) y otra gente; que con este grupo grabó un disco hace como 20 años o más; que creo que cotuvo el café Continental en donde se escuchaba jazz y blues rhythm & blues y se veían actuaciones en directo; que, junto a sus compañeros y amigos, tan pronto toca en el Antonio Calero Trío como en el Javier Bercebal Quartet; que ahora organiza el ciclo de jazz Universijazz en el campus universitario de Ciudad Real.
Y en este evento al que tenemos la suerte de acudir algunos jueves, Antonio consigue llenos absolutos del Aula Magna de la Facultad de Letras (edificio Francisco García Pavón, llamado así en honor del escritor tomellosero, creador del policía Plinio). Presenta al grupo con un breve speech para poner al público en contexto. El pasado jueves nos trajo a Mastretta, a quienes no conocía. El organizador los introdujo explicándonos a los legos que su música nos recordaría tan pronto al circo como a una verbena de los años 50, y prometió que saldríamos más contentos de como habíamos entrado. Y efectivamente, consiguió transportarnos a otras épocas y a otros lugares, porque así lo oí comentar en algunos corrillos de los que se formaron al terminar el concierto. A la salida me encontré a Curra: me contó que estaba en casa de bajón y que a punto estuvo de quedarse y no salir; pero precisamente por ese mal rollo se obligó a enfrentarse al frío de la calle y, efectivamente, al terminar el concierto estaba, como todo el mundo, encantada y más alegre que al llegar, con un ligero subidón que duró un rato más.
Además, qué envidia sana se siente al ver a tres o cuatro metros de distancia a uno o más músicos divirtiendo y divirtiéndose, tocando, riendo, disfrutando con los ritmos sincronizados de la batería, el contrabajo, el clarinete y el saxo, el acordeón, llamando al público a acompañarles con palmas o con pitos.
Es lo que tienen la música y el arte, y la suerte que tenemos las personas de conservar algún grado de sensibilidad para considerar que algo es bello y poder disfrutarlo: un cuadro, un libro, un relato, un fragmento del discurso de Vargas Llosa al recibir el Premio Nóbel que dice lo mismo que uno piensa pero de una manera que ya quisiera uno que fuese suya («La patria no son las banderas ni los himnos, ni los discursos apodícticos sobre los héroes emblemáticos, sino un puñado de lugares y personas que pueblan nuestros recuerdos y los tiñen de melancolía, la sensación cálida de que, no importa dónde estemos, existe un hogar al que podemos volver»), una pieza teatral, una escultura, una fotografía, un paisaje, una película, un pensamiento que tenemos en algún momento.

lunes, 13 de diciembre de 2010

Lectura para una noche de niebla

La noche del sábado heredó la neblina que había cubierto Ciudad Real por la tarde. La noche estuvo fresca pero no fría, y esa temperatura agradable, las luces de las farolas y de los coches difuminadas por lo nebuloso, invitaban tanto a quedarse en casa como a salir a la calle a dar un paseo. Ocurre lo mismo con la oscuridad repentina de esta época, con sus anocheceres tan prematuros, que a las siete no se ve ya nada mientras que en verano suenan a esa misma hora los clarines para que salga de chiqueros el primer morlaco, encendiéndose los focos que rodean la plaza sólo cuando sale al albero algún toro inválido y, decidida ya por el presidente su vuelta a los corrales, el animal se hace el remolón y no sigue a los cabestros, retrasando la lidia, postergando el final de la corrida hasta que el sol empieza a estar demasiado bajo como para seguir iluminando el coso. Ocurre lo mismo, decía, con la oscuridad repentina y tempranera de estos meses: uno, ahora, se queda en casa con la calefacción encendida y se asoma a la ventana y toca el cristal para valorar con sus dedos el frío exterior y el calor interior y reconfortarse, aunque a veces añore salir afuera y sentir en la cara el rasque helado del invierno.

Así que el sábado me quedé en casa al abrigo de sus paredes y del gas natural que viene de Argelia, y luego me salí a la calle al abrigo del frío y de la humedad. Revisité o revisioné o simplemente reví Los peores años de nuestra vida, una película española de los años noventa que en su momento me gustó mucho. Uno de los personajes, que hace de Tristán, un profesor de pintura, es un divulgador científico con pelo largo y cano y con barba blanca que a veces salía en tertulias digamos que algo más cultas que las de Sálvame; no era Punset (que no tiene barba), ni Manuel Toharia (que no tiene pelo), así que busqué por la curiosidad la ficha de la película y, después, datos acerca de Antonio López Campillo (Algeciras, 1925), que es como se llama este «científico e intelectual español». Me llamó la atención uno de sus libros, Curso acelerado de ateísmo (escrito junto a Juan Ignacio Ferreras), así que puse su título por ahí en el buscador habitual y enseguida lo encontré.

A lo largo de sus 30 páginas, los autores, con gran respeto, tratan de enfrentar argumentos de razón a argumentos de fe, y no con el objetivo demostrar que dios (con minúscula, pues se refieren a cualquier deidad y no sólo a Dios) no existe, sino mostrando que el pensamiento científico y racional impide asumir como cierta la existencia de un ser superior de características divinas a quien nadie ha visto y de cuya existencia se han tratado de dar multitud de pruebas: se han dado tantas, dicen los autores, porque ninguna es concluyente. No puede demostrarse la existencia de dios, como tampoco puede demostrarse su inexistencia, porque —afirman los autores— es imposible demostrar la inexistencia de algo. Por eso, dicen, a la pregunta de si ¿existe dios?, «el deísta dirá que sí, que cree en dios, y el ateo dirá: “no lo sé, pero creo que no”».

Una de las cosas buenas de la prensa de provincias (este post se publica también en El Día de Ciudad Real) es la variedad de opiniones de sus columnistas, que no están uniformados ni seleccionados de acuerdo a la línea editorial de su diario. En estas mismas páginas se leen con frecuencia opiniones de otros compañeros sustentadas en su fe, referentes sobre todo a temas polémicos sobre familia, aborto o matrimonio. «Antes de seguir adelante», escriben los autores en alguna página, «una pequeña precisión: no es necesario creer en dios para dar de comer al hambriento».

lunes, 6 de diciembre de 2010

Crisis? What crisis?



«Qué mal repartido esta el mundo
desde el primer mes de enero,
porque este juego dura un segundo
y gana el que marca primero».
(Estopa, en la canción Vacaciones).



Crisis? What Crisis? (¿Crisis? ¿Qué crisis?) es el título de uno de los álbumes del grupo británico Supertramp. Ignoro a qué hace referencia el título de este disco, pero, dependiendo del contexto, uno puede pensar que el calado de la crisis económica actual no deja de ser una percepción relativa.
La ONU tiene una universidad (la UNU: Universidad de las Naciones Unidas) con sedes en diversos lugares del mundo (Tokyo, Venezuela, Bélgica, EE.UU., Alemania, Macao, Ghana…). Su misión es contribuir, mediante la investigación, el desarrollo y la consultoría a la resolución de los problemas globales de la supervivencia humana, a su desarrollo y a su bienestar.

En el año 2008, varios investigadores de esta y otras universidades (J.B. Davies, S. Sandström, A. Shorrocks y E.N. Wolff) publicaron el artículo The World distribution of household wealth (creo que algo así como «Distribución mundial de la riqueza en las familias»). El estudio está realizado con cálculos del año 2000 y muestra datos escalofriantes:

1) El 1% de la población mundial posee el 40% de la riqueza del planeta.
2) El 2% de la población posee más del 50% de la riqueza del planeta.
3) El 5% de la población posee el 71% de la riqueza del planeta
4) El 10% posee el 85% de la riqueza.
5) La mitad más pobre de la población (unos 3000 millones de personas) posee el 1% de la riqueza.

A veces una imagen vale más que mil palabras, bien por su propio poder expresivo o por la belleza de la imagen. Hay un noticiario en el canal Euronews en donde dejan circular las imágenes con sus sonidos originales y, debajo, aparece el texto No comment (sin comentarios), supongo que para que el espectador aprecie y valore por sí mismo el suceso o el hecho que se autorrelata y pueda construir su propia opinión o visión de ese asunto sin la ayuda de tertulianos burdos y soeces. En una canción de El Último de la Fila se dice que «Si lo que vas a decir no es más bello que el silencio, no lo vayas a decir».

La estampa que dibuja esa listilla de datos que he puesto arriba no es que sea bella, pero es, como esas noticias de Euronews, autoexpresiva, por lo que quizá es preferible guardar silencio y dejarla reposar ahí.

A partir de ahora, cuando algún extranjero me pregunte que qué tal España, que si es cierto que estamos tan terriblemente mal, diré, como mi tío Emiliano cuando le preguntan por la salud, que el país anda «Jodido, pero contento».