Hace semanas o meses que veía estupefacto las imágenes de la policía cargando en Grecia contra los manifestantes: a lo que ha llegado hoy un país que fue, hace siglos, la cuna del conocimiento y que, hoy, era una de los países más avanzados del mundo (según leo, hay 198 países en el mundo).
Hoy es aquí, en España, en donde la policía carga contra los que se oponen a los desahucios, contra los mineros, contra los del 15M, contra los estudiantes; pronto será contra cualquier otro colectivo: quizá un día cercano carguen los guardias civiles (son militares y no tienen derecho de huelga ni de manifestación) contra los propios policías, que son personal civil.
En octubre hará 14 años que empecé como ayudante en la Universidad de Castilla-La Mancha, en donde sigo, ahora como profesor titular. Empecé la carrera en esta misma universidad en 1989, y pertenezco a su primera promoción de ingenieros técnicos en Informática. La Escuela, en aquel entonces, bregaba por un espacio propio entre un anexo de la Escuela de ITA, el salón de actos de Magisterio y algún aulario polivalente. Con el impulso inicial de algunos ayuntamientos (de los que surgió la iniciativa de crear la UCLM), el tirón del gobierno regional, la colaboración del gobierno central y el esfuerzo de todos los ciudadanos, se creó la UCLM integrando en ella una serie de centros adscritos a otras universidades de Madrid y Murcia. Año a año, se fue evolucionando hacia lo que hemos tenido hasta hace poco: una universidad razonablemente buena, puntera en algunos campos y no tanto en otros, con buenos y malos estudiantes y buenos y malos profesores.
Desde luego, la creación del estado de las autonomías (que tanta multiplicación de funciones y competencias y tanto derroche ha supuesto en muchos casos), fue esencial para la creación de la Universidad Pública de Castilla-La Mancha (me encantaría que se llamase UPCLM, para reforzar siempre ese carácter de pública): si no hubiera habido gobierno regional, probablemente seguiríamos viajando a otras provincias para estudiar carrera.
Leo en la hemeroteca de El País que el presupuesto que aportó el gobierno central en 1986 fue de 1000 millones de pesetas: 6 millones de euros. Otra vez con el esfuerzo de todos, se llegó a disponer, si no recuerdo mal, de hasta 238 millones de euros en algún buen momento (quizás 2008). La calidad del profesorado mejoró progresivamente: la gente que se formó aquí como doctora conseguía acceder a plazas de titular y de catedrático en las difíciles pruebas de acreditación y habilitación nacionales, que evalúan de manera independiente y ciega a los candidatos a plazas de profesor. Se hicieron cosas malas y, en algunas partidas, se gastó probablemente más dinero del debido, pero se creó y se montó una universidad de la que, tan sólo 25 años después de su creación, uno podía sentirse bien orgulloso: en mi caso más, que la viví como alumno, como profesor después y, también, en algún cargo directivo efímero: es decir, tratando de poner mi granito de arena para llegar a lo que hemos sido.
La Universidad Pública de Castilla-La Mancha ha formado ya a una generación de ciudadanos y está ahora formando a la segunda, a los hijos de esos primeros. Gracias a esta formación de alto nivel (seguro que mejorable, pero de alto nivel), Castilla-La Mancha no se ha despoblado, la gente con más cualificación no se fue a Madrid para estudiar y, ya que estaba, encontró trabajo allí y se quedó allí a vivir, hay un cierto nivel cultural y se han instalado empresas que no lo habrían hecho sin este caladero de conocimiento.
Ahora, el gobierno regional, que tiene las competencias de educación superior, deja que todo esto se vaya desmoronando no poco a poco, sino de golpe. Y el gobierno central, además, endurece los requisitos para optar a becas de ayudas al estudio y sube los precios de matrícula. Hasta hace unos meses, un joven que estudiase ingeniería con un 5,5 de nota media y sin dinero podía acceder a una beca y estudiar, y hoy no. Hoy, ese joven necesita un 6. Un 6 no es mucho, efectivamente, pero sí podrá estudiar un joven con dinero y un 5.
Pongamos un sobresaliente (9) a todos los alumnos que aprueben la materia, suspenso a los que no, matrícula de honor a los que realmente sobresalgan. Si nos ponen las cosas difíciles a los docentes y a los alumnos, pongámoslas difíciles a los gobernantes.
[Si quieres dar a conocer la propuesta, menéala, creo que pulsando aquí :): http://www.meneame.net/story/sobresaliente-general]
Hoy es aquí, en España, en donde la policía carga contra los que se oponen a los desahucios, contra los mineros, contra los del 15M, contra los estudiantes; pronto será contra cualquier otro colectivo: quizá un día cercano carguen los guardias civiles (son militares y no tienen derecho de huelga ni de manifestación) contra los propios policías, que son personal civil.
En octubre hará 14 años que empecé como ayudante en la Universidad de Castilla-La Mancha, en donde sigo, ahora como profesor titular. Empecé la carrera en esta misma universidad en 1989, y pertenezco a su primera promoción de ingenieros técnicos en Informática. La Escuela, en aquel entonces, bregaba por un espacio propio entre un anexo de la Escuela de ITA, el salón de actos de Magisterio y algún aulario polivalente. Con el impulso inicial de algunos ayuntamientos (de los que surgió la iniciativa de crear la UCLM), el tirón del gobierno regional, la colaboración del gobierno central y el esfuerzo de todos los ciudadanos, se creó la UCLM integrando en ella una serie de centros adscritos a otras universidades de Madrid y Murcia. Año a año, se fue evolucionando hacia lo que hemos tenido hasta hace poco: una universidad razonablemente buena, puntera en algunos campos y no tanto en otros, con buenos y malos estudiantes y buenos y malos profesores.
Desde luego, la creación del estado de las autonomías (que tanta multiplicación de funciones y competencias y tanto derroche ha supuesto en muchos casos), fue esencial para la creación de la Universidad Pública de Castilla-La Mancha (me encantaría que se llamase UPCLM, para reforzar siempre ese carácter de pública): si no hubiera habido gobierno regional, probablemente seguiríamos viajando a otras provincias para estudiar carrera.
Leo en la hemeroteca de El País que el presupuesto que aportó el gobierno central en 1986 fue de 1000 millones de pesetas: 6 millones de euros. Otra vez con el esfuerzo de todos, se llegó a disponer, si no recuerdo mal, de hasta 238 millones de euros en algún buen momento (quizás 2008). La calidad del profesorado mejoró progresivamente: la gente que se formó aquí como doctora conseguía acceder a plazas de titular y de catedrático en las difíciles pruebas de acreditación y habilitación nacionales, que evalúan de manera independiente y ciega a los candidatos a plazas de profesor. Se hicieron cosas malas y, en algunas partidas, se gastó probablemente más dinero del debido, pero se creó y se montó una universidad de la que, tan sólo 25 años después de su creación, uno podía sentirse bien orgulloso: en mi caso más, que la viví como alumno, como profesor después y, también, en algún cargo directivo efímero: es decir, tratando de poner mi granito de arena para llegar a lo que hemos sido.
La Universidad Pública de Castilla-La Mancha ha formado ya a una generación de ciudadanos y está ahora formando a la segunda, a los hijos de esos primeros. Gracias a esta formación de alto nivel (seguro que mejorable, pero de alto nivel), Castilla-La Mancha no se ha despoblado, la gente con más cualificación no se fue a Madrid para estudiar y, ya que estaba, encontró trabajo allí y se quedó allí a vivir, hay un cierto nivel cultural y se han instalado empresas que no lo habrían hecho sin este caladero de conocimiento.
Ahora, el gobierno regional, que tiene las competencias de educación superior, deja que todo esto se vaya desmoronando no poco a poco, sino de golpe. Y el gobierno central, además, endurece los requisitos para optar a becas de ayudas al estudio y sube los precios de matrícula. Hasta hace unos meses, un joven que estudiase ingeniería con un 5,5 de nota media y sin dinero podía acceder a una beca y estudiar, y hoy no. Hoy, ese joven necesita un 6. Un 6 no es mucho, efectivamente, pero sí podrá estudiar un joven con dinero y un 5.
Pongamos un sobresaliente (9) a todos los alumnos que aprueben la materia, suspenso a los que no, matrícula de honor a los que realmente sobresalgan. Si nos ponen las cosas difíciles a los docentes y a los alumnos, pongámoslas difíciles a los gobernantes.
[Si quieres dar a conocer la propuesta, menéala, creo que pulsando aquí :): http://www.meneame.net/story/sobresaliente-general]