Como quizá se sepa, uno de los más exitosos es el de Francisco Alía, “La guerra civil en retaguardia”, que fue fruto de la búsqueda de información en hemerotecas, bibliotecas y fuentes orales, y hace referencia a esos tres años de nuestra historia reciente, menciona nombres de personas que podemos conocer o, si no a ellas, sí a sus hijos o nietos, y explica qué ocurrió aquí, en esta ciudad y en estos pueblos, en aquel periodo atroz.
Realmente, hay otros de temática igual de especializada pero que despiertan menos el interés general, y de su lectura gozan muy pocos lectores. Las ediciones, sin embargo, son cuidadísimas en todos los casos, y proceden del trabajo exquisito del equipo de José Luis Loarce, un funcionario chapado a la moderna, antítesis del que atendía en las ventanillas del “Vuelva usted mañana” de Mariano José de Larra.
Obviamente, la Diputación realiza, en este caso, una labor deficitaria, pero necesaria para la obtención y producción de conocimiento sobre nosotros mismos, así como de fomento de la creatividad de los escritores de la provincia, que son muchos, y de la divulgación de sus obras: recomiendo el libro “Hijos de la tierra”, de Ángel Cano, que leí hace unos años. Hay otro del que llama su atención el título, “La ruta no natural”, porque se trata de un palíndromo, una frase que se lee igual de izquierda a derecha que de derecha a izquierda, como las palabras «Ana», «Anilina» o «Reconocer». Se da la circunstancia de que también “La ruta natural” (en donde se suprime el “no”) es un palíndromo.
Si uno busca palíndromos en Internet se encuentra con muchos, algunos famosos como el clásico «Dábale arroz a la zorra el abad», otros muy elaborados como «Anita, la gorda lagartona, no traga la droga latina», y otros muy graciosos que no tienen más remedio que incurrir en alguna incorrección gramatical, como «A mama “le” mima, a mí me la mama». En época de exámenes me gustaba construir palíndromos, y obtuve «Anita patina», «Oí vanidosos, o di navío» (que no tiene mucho sentido), «Razono yo: hay vado todavía hoy, ¿o no, zar?» (que tiene aún menos e incluye además faltas ortográficas en su escritura al revés, pero que no se aprecian al leerlo en voz alta), y establecí mi propio récord en setenta letras con el siguiente sinsentido: «Al radar, oh, a horadarla, o di “deba horadarla al radar”, o habed ido al radar, oh, a horadarla».
También hay gente que se pasa las horas en otra cosa.
Igualmente, los anagramas son otros juegos de palabras divertidos, palabras con sentido que se forman variando el orden de las letras de otras palabras con sentido: «Advierta» es un anagrama de «Atrevida», y viceversa, y son además casi palíndromos; «Amor» es un anagrama de «Roma», mientras que el «Amor a Roma» es además palíndromo. En la parte final de una famosa canción de The Doors, “L.A. Woman”, su cantante dice muchas veces «Mr. Mojo Risin», anagrama de su propio nombre, Jim Morrison.
Calambur es una frase cuyo significado alteramos si agrupamos sus sílabas de manera distinta, presente en tantas adivinanzas, como en «Oro parece, plata no es», o en la frase que se atribuye a Quevedo: «Entre el clavel blanco y la rosa roja, su majestad escoja».
Otra forma de jugar con el lenguaje, una primitiva forma de encriptación, pasa por construir palabras o frases con la primera letra de los párrafos de un texto. Esta forma de construcción tiene un nombre, del que en estos momentos no llego a acordarme.
Hace años, Alfonso Guerra, también se quebró la cabeza pensando uno, basado en el slogan del PP: "Soluciones".
ResponderEliminarDeberemos esperar aún algún tiempo, hasta que se avecinen una nuevas elecciones, y vuelva a centrar su trabajo en esa misma linea...
Con esa última técnica de cuyo nombre no logras acordarte hice yo una felicitación disponiendo la palabra "Felicidades" en vertical.
ResponderEliminarAl final creo que no gustó mucho, lástima.