En ese inventario de frases que mencioné el otro día, tengo algunas que hablan de lo mismo aunque de manera inconexa. Como en un dejà vu, a veces las encuentro en la mitad de un texto y me recuerdan a otro, y entonces rebusco por ahí para localizarlas. Algunas hablan de lugares, otras de emociones, otras de momentos, otras de lo que pudo ser.
Con 80 o 90 años de diferencia, me topo en El árbol de la ciencia y en Mañana en la batalla piensa en mí con sendas referencias al Cuartel de la Montaña, que estuvo en Madrid: «Se veía desde allí Guadarrama entre dos casas altas; hacia el oeste, el tejado del Cuartel de la Montaña»; «En Rosales estuvo el Cuartel de la Montaña, donde se combatió ferozmente al tercer día de nuestra guerra. Ahora hay allí un templo egipcio».
En estas páginas, en algunas ocasiones he reproducido fragmentos de Antonio Muñoz Molina, autor de Beltenebros o El invierno en Lisboa, novelas de principios contundentes, que invitan a seguirlas, y cuyos pasajes describen con intensidad atmósferas turbias y oscuras, de matones y asesinos, de perdedores, de tugurios y de entornos portuarios, personajes y situaciones quizá anheladas por su propio autor, que ha estado dirigiendo durante años el Instituto Cervantes en Nueva York, pero que no por vivir en ese entorno urbanita ha tenido que dejar de soñar con ponerse en pieles distintas y en peores circunstancias.
De hecho, la semana pasada escribía en un periódico: «Cuando uno es joven se imagina porvenires diversos. Se va haciendo mayor y lo que imagina son pasados posibles. Con los porvenires que ya no van a ser y los pasados que pudieron haber sido algunas veces se inventan novelas». A estos sueños futuros o pretéritos hace también referencia, aunque de otra manera, Paulo Coelho, a quien también cité aquí, y que habla en El Alquimista de la “leyenda personal”, que es «aquello que siempre deseaste hacer. Al comienzo de la juventud todo se ve claro y posible, pero a medida que el tiempo va pasando, una misteriosa fuerza impide realizar la leyenda personal». Uno, entonces, puede desear e incluso tener mil vidas, y se da el caso a veces de que alguno llega a tener más de una, que puede vivir simultáneamente: «Me dijeron su nombre, el auténtico, y también algunos de los nombres falsos que había usado a lo largo de su vida secreta»; pero ordinariamente desempeña el papel que le ha tocado o en el que se ha embutido y disimula el real, como un tal David Gallego, que hace tiempo escribía así de sí mismo en un foro literario: «Resistí el impulso de dar varias vueltas por la puerta giratoria de la entrada, no me fueran a tomar por lo que soy» (recuérdese el antiguo edificio de Correos, en la calle Toledo, con su puerta giratoria de madera antigua, que había que cruzar educadamente, sin caer en la tentación de atravesarla de seguido una o dos veces).
Nos resistimos a envejecer («Ranz, mi padre, me lleva treinta y cinco años, pero nunca ha sido viejo, ni siquiera ahora. Lleva toda una vida aplazando ese estado, dejándolo para más adelante o acaso desentendiéndose de él», escribe Javier Marías), aunque a veces, sobre todo de niños, queramos avanzar en el tiempo y ser pronto mayores («La vida siempre estaba un poco más allá de donde él estuviera», dice Luis Landero), para que luego de mayor haya quien evoque con añoranza los años felices de la infancia: de uno de los personajes de “El amor en los tiempos del cólera”, sabedor de las trampas que encierra ese deseo infanto-juvenil de crecer pronto, García Márquez escribe: «Le habló al alcalde de la conveniencia de comprar el archivo de placas fotográficas para conservar las imágenes de una generación que acaso no volviera a ser feliz fuera de sus retratos».
De todos modos, «¿Qué tal si hablamos de otra cosa? No creo que el mundo vaya a cambiar por lo que podamos decir aquí», escribe Gustavo Martín Garzo.
Recuerdo haber modelado esta frase «Me dijeron su nombre, el auténtico, y también algunos de los nombres falsos que había usado a lo largo de su vida secreta» con UML. como dijo Benavente, "Los recuerdos tienen más poesía que las esperanzas, como las ruinas son mucho más poéticas que los planos de un edificio en proyecto", y en el fondo es verdad...
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