Una foto aleatoria

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Una frase aleatoria

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viernes, 25 de diciembre de 2009

LA RAREZA DE LA NORMALIDAD


Un amigo me dijo hace poco que la belleza es la justificación de lo inútil: una flor; un sonido que, desorganizado, sonaría estridente, pero que, con sus notas colocadas adecuadamente, resulta agradable y melódico; un cuadro como “La rendición de Breda”, que muestra no sólo la maestría de Velázquez, sino también el gesto humilde del vencido, y el respeto y la consideración evidenciados por el vencedor. Mi amigo me dijo que esta regla, como todas, tiene su excepción, y me puso como ejemplo las mamas de la mujer, bellas pero útiles a pesar de los biberones.
En la misma conversación, el mismo amigo me dijo que, aunque diga el refrán que “sobre gustos no hay nada escrito”, existen catedráticos de Estética y Teoría de las Artes (que, para llegar a esa condición, han tenido que discernir y redactar artículos y tesis doctorales), profesores de dibujo que te corrigen y te suspenden si no les agrada la forma en que has reflejado el bodegón en el lienzo o el modo en que has retratado las curvas del o de la modelo; y que, incluso, Marcelino Menéndez Pelayo escribió un tratado de cinco tomos titulado “Historia de las ideas estéticas en España”.
Este amigo es raro. No digo diferente, digo raro, y él lo sabe y alguna vez lo hemos comentado porque a él mismo le gusta hablar de ello. En estos últimos días, y por casualidad, el tema de las rarezas ha surgido en distintas conversaciones con gente diversa. El primero de los días que hablé de este tema me acababa de bajar del coche, en cuya radio acababa de escuchar la canción “Oh, qué raro soy”, de Siniestro Total, una canción ya antigua, y que ya raramente programan las emisoras:

«Soy un hombre raro, me gusta el trabajo,
pago mis impuestos y no bebo alcohol.
Y si veo un pobre una limosna le doy.
Tengo unos ahorros, quiero a mi mujer,
y el fútbol me vuelve loco, me gusta también la sopa
y a mí el paquete no se me nota.
¡Oh qué raro soy, oh qué raro soy!».

La canción continúa con una estrofa parecida, que sigue describiendo algunas costumbres de un hombre formal, quizá normal, que se autodefine como “raro”. Haciendo un repaso de los conocidos comunes con cada una de las personas con las que hablado de este asunto, se llega a la conclusión de que la mayoría de la gente es rara: los vecinos, los compañeros, los amigos… prácticamente todo el mundo es extraño, singular, tiene unos hábitos diferentes de los del resto, o de los propios, que son los que realmente consideramos normales (recuerdo que hace un par de años había una serie en televisión que se llamaba “Guante blanco”, que me gustaba mucho y que pensaba que a todo el mundo le sucedería lo mismo: la quitaron a las pocas semanas por falta de audiencia. No sé si esto tiene que ver con el otro refrán, “cree el ladrón que todos son de su condición”). Piénselo el lector: haga un repaso individual de algunos conocidos, y observe cómo, en efecto, se obtiene la impresión que comento.

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Tras esta pausa reflexiva, y asumiendo ya como cierta la rareza de la mayoría, se observa entonces que lo normal es ser raro y que, igualmente, es raro ser normal, con lo que resulta que hay muy poca gente dentro de los parámetros que deberían ser más abundantes. Es algo parecido a la paradoja del mentiroso, a esos problemas de lógica en los que hay un personaje que siempre dice la verdad, y otro que siempre miente. Si uno se observara a sí mismo desde el punto de vista de un tercero, tal vez se percibiría también como una persona extraña, lo cual, afortunadamente, cae dentro de la normalidad.

jueves, 17 de diciembre de 2009

La mujer y la ingeniería (Informática)

Hace unos días asistí a la graduación de la Escuela Superior de Informática. Se trata de un acto dirigido a los alumnos que han finalizado la carrera en el curso académico anterior, que les sirve de homenaje y al que también se invita a sus familiares. A los titulados se les entrega un diploma, una beca y un pequeño detalle. En esta ocasión, se trataba de los titulados de la décima promoción de ingenieros en Informática y de los titulados de las (si no me equivoco) decimoctavas promociones de ingenieros técnicos en Informática de Gestión e ingenieros técnicos en Informática de Sistemas. Entre estas tres promociones, desfilaron por el estrado más de cien titulados, entre los que hubo en torno a 10 mujeres (las conté, pero lamentablemente he olvidado el número exacto).
Cuando se han entregado todos los diplomas, el acto continúa y se hace entrega de los premios extraordinarios de fin de carrera, que reconocen los tres mejores expedientes de cada una de las tres titulaciones. Hay una nota mínima para obtener este reconocimiento, de manera que algún año el premio extraordinario de alguna titulación ha quedado desierto. Este año, dos de los tres mejores alumnos han sido mujeres. El año pasado los datos fueron los contrarios: dos varones (los ingenieros técnicos) y una mujer (la ingeniera, habitual pero erróneamente llamada “superior”).
Sin que los datos sean rigurosamente exactos ni extrapolables a otras ingenierías, y con todas las precauciones estadísticas debidas, es cierto que las mujeres representan un porcentaje muy pequeño del alumnado, pero consiguen, por lo general, las mejores calificaciones, superando con creces a los varones: representan, por tanto, una elite minoritaria. Algo parecido, según he visto y oído alguna vez, sucede con los judíos, que representan algo menos del 0,5% de la población mundial y, sin embargo, se han alzado con, más o menos, la quinta parte de los premios Nobel desde su creación en 1901.
Hace dos cursos académicos (2007-2008), en una de las asignaturas de Informática que yo imparto, de 5º curso, había 14 mujeres entre 75 alumnos (un 18%), mientras que el 30% de las mejores calificaciones las obtuvieron ellas. El curso pasado, en la misma asignatura, había 15 mujeres entre los 63 alumnos matriculados (24%), pero el porcentaje de mujeres en las mejores calificaciones se mantuvo.
De forma general, la presencia de mujeres en las titulaciones de ingeniería es muy reducida, en ocasiones casi testimonial; sin embargo, demuestran en muchos casos ser mejores que los varones. Simplificando, la profesión del ingeniero consiste en resolver problemas, y parece ser que ellas los resuelven mejor que nosotros, pero tal vez les dé pereza ponerse a resolverlos, o tal vez la profesión del ingeniero esté mal explicada. Esperemos que la tendencia cambie, sobre todo en una titulación como la Ingeniería Informática, que incluso en esta época de crisis sigue produciendo menos titulados de los que la sociedad demanda.
En nuestra universidad, la Ingeniería Informática estrenará el curso que viene un nuevo plan de estudios, moderno y bien diseñado, y ofrecerá también dos másteres de postgrado, uno de investigación (que ya se ofrece desde hace años, con una especial “mención de calidad” que otorga la Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad), y otro más orientado a la labor directiva del ingeniero informático. Ya que ellas demuestran año tras año que son más listas, invito a las mujeres a que se decanten por este trabajo, que es muy bonito, en el que destacarán porque son las mejores, y con el que prácticamente se les garantiza el empleo.