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lunes, 21 de febrero de 2011

Los días tan largos

El hijo llegó del instituto algo antes de lo habitual.
—Qué prontito llegas —le dijo su padre mientras le daba un beso y le cogía la mochila—. ¿Has salido antes?
—No —contestó él—, a la hora de siempre.
—Qué bien. Es que no llega a ser menos cuarto. ¿Qué tal el examen?
El hijo le habló de los cuatro problemas que le habían caído: determinar la posición de una recta respecto de una circunferencia, encontrar los puntos importantes de una parábola, la distancia de un recta a una hipérbola, y uno más del que no se acordaba.
Terminaron entre todos de poner los vasos, los cubiertos, los platos; partieron el pan y pusieron un pedazo junto a cada plato; dieron el agua; colocaron el salvamanteles en el centro y, sobre él, la fuente con los macarrones recién salidos del horno. La madre terminó de freír los filetes para el segundo plato y, cuando estuvieron, los colocó en una fuente metálica en la que vertió un poco de aceite en el que luego podrían echar sopas empapando pan. El hijo y las hijas se lavaron las manos; la madre atendió una llamada de teléfono. La comida aún humeaba.
Se sentaron a la mesa y el padre encendió el televisor con el mando a distancia, esperando que empezasen en ese momento las noticias de las tres, pero aún estaba la Igartiburu contando noticias del corazón. Empezaron a comer. Observaron un reportaje de gente elegante que había acudido a una boda real en algún país de Europa, conocieron a la última acompañante de un torero o de un futbolista, y el hijo destapó entonces la fuente metálica y se puso dos filetes y un poco de aceite.
Los demás terminaron también el primer plato y se fueron sirviendo. «Qué raro que no empieza», dijo el padre, y se miró la hora. Eran aún menos diez. Miró hacia atrás, al reloj de cocina, y la confirmó. Pulsó el botón de información de la tele en el mando a distancia: las 14,50, ponía. Acabaron la carne un minuto después, pero sin darse prisa, sin atorarse, sin atragantarse. Luego los plátanos para los más cómodos y naranjas dulces y buenas para los que disfrutan la fruta y no tienen pereza. Antes de que diesen y cincuenta y dos ya estaban recogiendo, y a y cincuenta y tres estaba todo fregado y el lavavajillas con su pastilla de detergente y ya conectado.
Esperaron mucho para el telediario, y los locutores despacharon las noticias en un minuto, pero sin acelerarse, vocalizando tan bien como siempre: relatando en segundos la situación tan compleja de los países árabes; conectando con los corresponsales y enviados especiales que tienen dispersos por esos países de oriente y dejándoles que explicasen la situación de las últimas horas, conectando luego con Washington a ver qué opinaba Obama; transmitiendo después lo más notorio de las declaraciones del portavoz del Gobierno tras el Consejo de Ministros de ese viernes; más tarde presentando lo que nos esperaba en la jornada futbolística que empezaba mañana, el rival próximo de Nadal, alguna jugada curiosa de un partido de fútbol habido en un país lejano.
Pero les sobró mucho tiempo y no supieron que hacer, y los locutores se despidieron extrañados y los realizadores de televisión colocaron en la pantalla una carta de ajuste.
Los padres se retiraron a echar la siesta. Los hijos se pusieron a estudiar o a jugar, pero al rato estaban aburridos porque o ya se sabían la lección y habían hecho todos los ejercicios, o bien ya habían pasado mucho rato con algún juego de la consola. El día transcurría despacio y había tiempo para todo. La madre se despertó dispuesta a marcharse al trabajo, pero era aún demasiado temprano para salir de casa. Hizo café, lo tomó despacio, hojeando el periódico, mas le sobraba tiempo y volvió a empezarlo. Se sentó en el salón y lo leyó completo, esquelas y horóscopos y programación incluida, y también la lista de fallecidos con sus edades. Pero aún así era muy pronto y se quedó aburrida haciendo tiempo.
Después, en la oficina, despachó en poco tiempo lo que habitualmente le llevaría horas, y se quedó allí sentada mano sobre mano junto al resto de compañeros, a los que les había sucedido lo mismo.
(¿Continuará? ¿Cómo?)

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