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lunes, 7 de marzo de 2011

Mis traducciones (II)

Como ya conté una vez, hago a veces traducciones de libros del español a los idiomas que me plazca, y de los idiomas que me plazca al español, porque todo lo que escribo que no es mío me lo invento y la gente no se da cuenta.
A veces también me llaman de los juzgados para que traduzca e interprete a detenidos extranjeros que no hablan nuestro idioma, y yo acudo a prestar ese servicio a la justicia por un precio que es demasiado módico y que yo, aprovechando el desconocimiento de la lengua materna del equipo judicial, a veces negocio con los acusados: cuando son dos los presuntos delincuentes, elijo al que me da mejor impresión y le ofrezco, en su idioma, una coartada que puede salvarle por un precio razonable; el otro, el que tiene peor pinta y al que no he hecho la oferta, se muestra sorprendido, no da crédito a la propuesta y, al momento, entra normalmente en cólera. Aprovechamos esta circunstancia de ira del contrario para que el juez observe en él su carácter violento, propio de un delincuente auténtico, frente al relajo y la bonhomía de mi repentino socio, y se hace así un prejuicio conveniente respecto del juicio posterior de la culpabilidad de uno y la inocencia del otro, y se convence al fin de que, en efecto, mi protegido no estaba el día de autos en el lugar de los hechos, en el momento y el sitio en que se cometió el robo, el atraco o el intento de estafa.
Mis tarifas varían: ante la mesa o el estrado de Su Señoría, a veces negocio un precio fijo (entre 50 y 200 euros, dependiendo de la gravedad del delito), aunque otras veces acordamos un porcentaje respecto del importe del botín. Y no me va mal, oyes.
Pero también tengo mi corazoncito y mi mala leche y, así, ayudo en ocasiones a quien veo que lo necesita y me invento el testimonio para lograr la libertad del reo. Mas, si veo que el inculpado no es trigo limpio, me invento también la declaración pero la agravo, dándole al juez o a la jueza una confesión de autoinculpación del muchacho, en el que incluyo circunstancias de premeditación, alevosía y otros cargos, como algún asalto o atraco cometido en su país de origen, u otro antecedente, y del que el detenido salió impune.
Luego, en el juicio, si hay en la sala algún pariente del acusado, o alguien de quien yo sepa o sospeche que conoce el idioma, puedo no tener más remedio que desdecir la declaración. Alguna de las partes, la defensa o la acusación o el propio juzgador, puede mostrar su sorpresa por el relato tan distinto; yo se lo traduzco, mi defendido me cuenta, y yo luego le doy al tribunal la explicación que me venga en gana.

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