Igual que hizo ese rey del cuento, que se disfrazó de plebeyo y salió a las calles de su reino para comprobar in situ cómo vivía su pueblo, el tercer fin de semana de cada mes cojo el coche y me voy a una ciudad costera, me disfrazo de mendigo y pido por las calles. Alguna vez, cuando todavía teníamos vuelos baratos de Ciudad Real a Mallorca y Lanzarote, marchaba a Palma o a Arrecife de viernes a domingo. Como en esas ciudades suele haber ratos de buen tiempo todos los días del año, siempre hay algunos turistas en las terrazas de los bares, y yo paso entonces con el acordeón tocando algún tango o algún pasodoble y luego paso la gorra y recojo unas monedas.
Otras veces, traduzco alguna canción de Bob Dylan o de Van Morrison, la imprimo en medias cuartillas a las que añado con el ordenador un fondo de flores o una estampa de otro tipo, las reparto por las mesas y, haciéndome el mudo, recojo al final con una sonrisa de agradecimiento y una leve reverencia las voluntades de los transeúntes, que así me compensan por ese poema que firmo como si fuera mío.
Traduzco bien a español desde el inglés y el francés y desde algunos idiomas del este, entre ellos polaco y húngaro, además de suahili (acompañé una vez a los reyes en una visita al país en que se hable este idioma). Por eso, colaboro con algunas editoriales en la traducción de libros de relativo éxito. Un día me pidieron con prisas que tradujese en pocos días una novela corta de un escritor de Varsovia que estaba vendiendo mucho. Como sucede que también soy un escritor frustrado, con varias novelas inéditas en los cajones de casa y en el disco duro del ordenador que nadie quiere leer, sustituí esa novela de ese autor desconocido en esta latitud por una de las mías que tenía guardadas. Respeté, eso sí, su capítulo primero, que empalmé con el primero mío usando un texto intermedio de adaptación que tuve que pensar y escribir, como el fontanero que utiliza una junta de estopa o de goma para empalmar dos trozos de tubo.
Y, oye, el caso es que la novela salió reseñada en algunas revistas literarias y suplementos culturales de diarios importantes y obtuvo buenas críticas. La pequeña editorial que me había hecho el encargo disponía de los derechos exclusivos de publicación en España, y mi trabajo la ayudó a consolidarse, a aumentar sus ventas y a crear dos colecciones específicas de este escritor ya fallecido: una en cartoné que es muy adecuada para regalar y otra en rústica para llevar de viaje.
Hoy, bueno, los cinco libros que mantenía escritos desde hace años han visto por fin la luz, publicados con ese nombre polaco que resulta ser mi pseudónimo. Ocurre que los honorarios del traductor son menores que los del autor, así que es la viuda de ese álter ego la que percibe los royalties que me corresponderían.
Y como el sueldo es escaso y no da para más, hoy sábado 22 de enero, cuando escribo este texto que se publicará el lunes, me encuentro sentado en una terraza de Cádiz. Ahora, cuando cierre el cuaderno y dé estas líneas por terminadas, tomaré los papeles que tengo aquí a la derecha y repartiré a esta gente que me rodea unas pocas copias de Like a rolling stone.
"al país en que se hable este idioma"... xD
ResponderEliminarpos yo si quieres te acompaño de mendigo cuando se me termine el contrato y sea pobre y escritor frustrado... :)