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jueves, 15 de enero de 2009

La búsqueda de la felicidad

De entre los pocos mensajes que acudieron a mi móvil nada más comer las uvas, me llegó uno de un compañero informático: «Que este año encuentres felicidad, salud, amor, dinero, paz y todo lo que necesites. Y lo que no encuentres, búscalo en Google. Feliz Año Nuevo».

La felicidad, probablemente, es un estado de frivolidad en el que uno permanece mientras se encuentra acorazado en algún grado respecto del mundo exterior. La protección de la coraza depende de la sensibilidad con la que cada uno se vea afectado por sus circunstancias personales, familiares, locales, mundiales. Mi coraza ha de ser buena y gruesa, porque me hallo en un momento bueno y feliz, a pesar de los males lejanos que afectan al mundo, y que no pasan solamente por el bombardeo del pueblo palestino, sino también por Sudán, Somalia, Colombia, Afganistán o Irak.

Para cuando me falte, para cuando se ablande y ese escudo que tengo no me proteja, he hecho caso a mi amigo con el fin de prevenirme y he buscado en Google. La primera entrada me dirige a la Wikipedia, la enciclopedia “on line” construida entre tantos, y de la que se ha dicho que da la razón al último que escribe en ella, porque se escribe a mil manos, o a más, unos corrigiendo a otros y otros enmendando a unos, y me dice que “La felicidad es un estado del ánimo resultado de una actividad neural fluida en la que los factores internos y externos interactúan estimulando el sistema límbico”. Creo que le falta alguna coma a esa definición pero, si le hacemos caso, parece que la felicidad es finalmente un puro asunto bioquímico, alcanzable si se consiguen las combinaciones adecuadas de sustancias que tenemos circulando y que nuestros cuerpos metabolizan de manera distinta y particular, segregando o inhibiendo serotonina y otras moléculas que sé y que no digo porque las ignoro.

No busco en Internet la palabra “Amor”, que también me desea mi amigo, porque lo tengo y lo siento y no quiero que me falte, y porque leí hace años el libreto del CD “Física y química”, de Joaquín Sabina, en el cual el cantautor explica que tituló así el disco porque “Severo Ochoa dijo en una entrevista que el amor era física y química”. Es como titularlo “Amor”, el disco, pero más poético, o más técnico, o más biológico, o más animal. Otra vez la importancia del cuerpo, del correcto funcionamiento de nuestro organismo para sentir o no el amor y sentirnos amados. Supongo que, cuando se tiene y se siente, nuestro cerebro actúa acullá, con sus hilos de titiritero, sobre los órganos y glándulas, tálamos e hipotálamos, no sé si también sobre el páncreas y otras estructuras más aproximadas a la casquería, para que generen los ingredientes precisos que conducen al amor.

Si a la tristeza motivada por un agente externo puede curarla el tiempo, y a la que surge de dentro, de un funcionamiento anómalo e inmotivado de nuestro cuerpo, de una mala neurotransmisión, la cura o la alivia la medicina, ¿también habrá un medicamento que nos conceda el amor, que nos haga sentirlo y sentirnos amados aunque no exista en el mundo quien nos corresponda, o es, en este caso, solamente el paso del tiempo el remedio al que podemos recurrir para curar el desamor?

«El examen le reveló que no tenía fiebre, ni dolor en ninguna parte, y lo único concreto que sentía era una necesidad urgente de morir. Le bastó un interrogatorio insidioso, primero a él y después a la madre, para comprobar una vez más que los síntomas del amor son los mismos del cólera». (Gabriel García Márquez, El amor en los tiempos del cólera).

«Felicidad=Ex(M+B+P)/(R+C)». (Eduardo Punset, El viaje a la felicidad).

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