Una foto aleatoria

Una foto aleatoria


(Foto de )

Una frase aleatoria

(Cita de )

martes, 10 de noviembre de 2009

CUENTOS DESDE EL ESPEJO (y II)

Reconozco que, por mi heterotaxia, a veces había pensado que acaso la vida auténtica fuese la que ocurre dentro de los espejos, de tal manera que yo sería el reflejo de mi cuerpo real, que estaría ahí adentro. Había pensado que quizá el espejo de mi dormitorio, o el espejo ante el que me afeito, tal vez alberga, dentro de él, una réplica completa del mundo entero, lleno de recovecos como el mundo real, con personas que son normales en este nivel del mundo, pero heterotáxicas en el nivel del espejo, zurdos los diestros y diestros los zurdos. En ese mundo reflejado habría también armarios con espejos y espejos ante los que afeitarse que, al ser un reflejo del reflejo, albergarían en ellos la imagen real del mundo de nivel 0. Cuando uno pone un espejo enfrente de otro, de inmediato aparecen miles o millones o infinitos reflejos mutuos, como cuando se aproxima un micrófono al mismo altavoz que amplifica sus sonidos.
Con estos pensamientos y con estas singularidades anatómicas estudié ingeniería de minas y terminé de profesor en la Escuela de Ingenieros de Minas que hay en Almadén, en donde aún continúo. En lo que hoy es el Parque Minero hubo, durante muchos años, unas piscinas en donde se almacenaba el mercurio antes de distribuirlo. Aunque estaba terminantemente prohibido, cuando no me veía nadie me calzaba unas botas altas de goma y un traje especial y caminaba sobre el líquido metal, tratando de conservar el equilibrio: es divertido. Observaba mi reflejo en esa pátina deslizante que, en menores proporciones, ha causado sensación entre los niños cuando se rompía un termómetro. El hombre que veía andando, reflejado sobre mis pies, no era sino la imagen del derecho que debería haberme correspondido en mi nacimiento.
            Cuando comenzó a hacerse pública la elevadísima toxicidad del mercurio para el medio ambiente y para la vida, cuando el mercurio fue sustituido en sus aplicaciones, los pedidos a la mina fueron decayendo, los mineros empezaron a ser despedidos o prejubilados, y fueron poco a poco cerrándose diferentes galerías de la mina. Dediqué entonces mis esfuerzos de investigación a la búsqueda de algún compuesto que permitiera disminuir su toxicidad, de alguna sustancia que, adecuadamente mezclada y combinada con el mercurio, le mantuviera a éste sus propiedades y le bajara su enorme capacidad contaminante. Entre las diferentes sustancias que preparé, hallé un aceite mineral con el que, un día, embadurné mi chapa de oro de donante de sangre con mi grupo sanguíneo, A+. Como es bien conocido, el mercurio y el oro no son buenos amigos, y éste desparece al contacto con aquél. Para mi sorpresa, no sólo la chapa no se fue disolviendo, sino que, a medida que la iba sumergiendo, iba apareciendo, hacia mi lado, la misma imagen especular de la chapa que dejaba de verse con cada milímetro de hundimiento: es decir, el mercurio me devolvía el reflejo de lo que yo le estaba dando. Cuando terminé la operación, tenía entre mis dedos una chapa de donante que podía leer adecuadamente ante un espejo:

Acto seguido me ungí yo mismo con mi mismo aceite y me introduje en el venenoso líquido. El efecto fue el mismo y, mientras me sumergía, salía hacia detrás de mí el mismo fragmento de cuerpo que iba siendo absorbido.  

            Esto fue hace unos años. Mi cuerpo real convive heterotáxico con el resto de los mortales, todos heterotáxicos, en las profundidades del reflejo; el cuerpo que luzco aquí ya está por fin del derecho, escribo por fin con la diestra y no con la izquierda, y soy por tanto un auténtico diestro-diestro. Me río mucho porque tengo loco al médico del SESCAM, que no se explica cómo ha podido corregirse la ubicación de mis órganos sin ningún tratamiento. Yo, claro, no le he contado nada.
-,-,-,-,-,-,-,
Una versión anterior de la columna-cuento de la semana pasada (un articuento, como llama el escritor Juan José Millás a este tipo de textos) la publiqué en una revista digital que se llama Guía de Perplejos con el título La vida en el espejo. El articuento terminaba ahí, donde yo lo dejé el otro día, de modo que era la primera parte de un cuento completo que otro escritor debía terminar. Yo se lo envié al editor que, a su vez, se lo envió al otro autor para que le diera la continuación que deseara. Cuando lo recibieron, los dos me escribieron un correo electrónico preguntándome con lástima o con compasión (aunque ellos lo camuflaban con un “más que nada por curiosidad”) que si el relato enviado era autobiográfico. Les dije la verdad, que no lo es, y el otro autor, ya sin un ápice de esa compasión que había disimulado, cargó contra ese personaje de órganos internos de sitio cambiado y terminó matándolo. Así pues, la pregunta del otro escritor («¿es autobiográfico?») y la respuesta que yo le di («no, no lo es») le sirvieron tanto para saciar su curiosidad como para ver abierto un camino de continuación que, en otro caso, seguramente no habría emprendido, que es el camino de asesinar al personaje: al no ser yo, ya podía ser ejecutado sin lástima alguna.
            Si mi respuesta hubiera sido falsa y les hubiera contestado que sí, que mi radiografía vista por su haz es como la de uno cualquiera vista del envés, el otro autor seguramente se habría visto forzado a explorar otra vía y no habría matado al hombre especular, porque hacerlo habría sido casi como insultarme, o tal vez lo habría asesinado ahogándolo en una piscina de mercurio.

No hay comentarios:

Publicar un comentario