Me contaron de un hombre que, sesenta años después de haberse citado en la boca de la Estación de Metro de Bilbao, en Madrid, con una adolescente como él, sin haberla encontrado, regresó ya de casi anciano al mismo lugar, hace unos pocos años. Quien acompañaba a este hombre no sabía exactamente a dónde se dirigían: «¿Por dónde salimos?», le dijo el acompañante al hombre, y le enumeró entonces algunas de las posibles vías de salida de esa estación: «¿Fuencarral, Luchana pares o impares, Malasaña…?», le preguntó. En un paso atrás de más de medio siglo, el hombre comprendió en ese momento, no sé si ya con pena aunque sí con sorpresa, que había estado acaso esperando durante dos largas horas a la chica en Luchana pares, primero expectante, después nervioso, luego desencantado cuando ya se marchaba, ignorante de la realidad, de los múltiples caminos de entrada y salida de esa estación, y ya para siempre pensando que esa chica que le había hecho tilín lo había dejado tirado, plantado, que había faltado a la cita porque él no le convencía. La chica, hoy también anciana, quizás esperó también en el lado contrario, o quizás no fue, y este episodio que ha permanecido hondo en la memoria de él, tal vez se desvaneció enseguida de la memoria de ella.
La vida, entonces, no da segundas oportunidades, pero sí las personas, por ejemplo ante esa palabra de amor o desamor o amistad o enemistad que antes mencionaba, y que puede haber sido pronunciada o callada sin valorarla y sin meditarla. El beneficiado por el amor o la amistad, o el perjudicado por el desamor o la enemistad, acepta o rechaza la palabra y actúa en consecuencia con ese propio acto de aceptación o rechazo, que a veces también se realiza sin valorarlo ni meditarlo.
me alegra leer esto
ResponderEliminarporque estudio segundo de ingenieria informatica jeje