Antes de que triunfara el golpe de estado en el Uruguay, el Negro Viñas y otro grupo de amigos intentamos organizarnos para hacer una revolución no violenta, pero que trajese al país resultados similares a los que, desde comienzos de los años sesenta, se fueron percibiendo en Cuba: un plato para todos, todos los días del año; obligación universal de educarse; derecho a la sanidad; falta de hueco y de espacio para cualquier tirano. Improvisábamos discursos de charlatán de contenido político subidos a un banco de la calle, en la rambla, en las plazas; arengábamos convincentemente desde los escenarios de los salones de actos de las facultades, repartíamos panfletos políticos por las calles, conseguíamos alguna entrevista en alguna radio local, y a veces convencíamos a los viejos y casi siempre a los jóvenes, que encontraban en el objetivo de alcanzar la igualdad una motivación extraacadémica para vivir, para moverse, para soñar, para pensar, para charlar.
Nos juntábamos en casa de cualquiera, y allí pensábamos, discutíamos, proponíamos y mateábamos. El Negro Viñas encontraba siempre la palabra exacta para convencernos de su plan de acción, de su ideario, para explicarnos los errores principales de la Revolución de Castro y del Che, de las particularidades de nuestro propio país que, en un futuro, nos forzarían a adaptar de alguna forma el proceso cubano: el país chiquitito, la tradición democrática, decía él, el convencimiento absoluto de no tomar las armas, añadía.
El Negro Viñas vino a mi casa el mismo día en que los militares se levantaron contra el pueblo al que debían defender. Vino a refugiarse algún otro miembro del grupo y, cuando estábamos dispuestos a subir a mi auto y escapar al extranjero, un grupo de soldados empujó la puerta y la echó abajo.
Al Negro Viñas lo encarcelaron en la prisión de 18 de Julio con Coronel Mora, en una celda inadvertidamente privilegiada con ventanas a las dos calles. Veía el tráfico rodado y caminar a los transeúntes que no se habían, como sí nosotros, involucrado en la revolución necesaria. Veía la sucursal del Banco de la República, una frutería en la que también vendían vino, el puesto que un zapatero montaba y desmontaba todos los días, la luz anaranjada de las farolas de la noche, su reflejo en el piso oscuro cuando el suelo estaba mojado por la lluvia. Si abría las dos ventanas le entraba corriente y podía ventilar, acercar la cabeza y casi meterla entre los barrotes para que le acariciase el airecito; el Negro escribía sus pensamientos en los cuadernos que sus carceleros le dejaban tener.
Veía también una escuela que había enfrente, y a los niños parvularios sentados en los pupitres del aula. Veía a la señorita que les daba clase, que a veces también se asomaba a la ventana del aula para ver en la calle el transcurrir de la vida. La señorita miraba con unos ojos que no eran los suyos, unos ojos serios que se acompañaban de un ademán triste que capaz que no tenía cuando éramos libres, acaso una mirada nostálgica de otros tiempos mejores.
El Negro Viñas la miraba mirar, la miraba girarse sobre sus piececitos que no lograba ver cuando los niños habían terminado la tarea que les hubiera encomendado, cuando alguno levantaba la mano para reclamarle atención; la veía escribir en la pizarra letras y números de caligrafía infantil que trazaba despacio y con sumo cuidado.
La celda del Negro Viñas estaba a una altura más que el aula de la maestra, y él hacía intentos de llamar su atención concentrándose en ella, dirigiendo hacia ella su mirada con la mayor intensidad, con el deseo de que esa fuerza la hiciese algún día voltear su mirada y dirigirla hacia él. Pero ella sólo miraba hacia abajo, a la frutería, o seguía a algún peatón mientras cruzaba la calle, o a alguna mujer que caminaba por la acera llevando la compra.
(Continuará)
Es real esta historia, con algunos detalles.
ResponderEliminarQuieren fotos del Negro Viñas?
Les mando
X FAVOR quisiera algunas GRACIAS
EliminarEs cierto es real.
ResponderEliminarLa Historia de amor entre el Negro y Nella es real. Lo que no me parece ajustado a la verdad es que el Negro haya sido un revolucionario esclarecido antes de caer preso. El era preso comùn que purgaba una pena desde el año 1960 por el intento de robo de una casa de CAmbio en la Ciudad Vieja que habìa terminado con la muerte de un policia. Le habìan dado una pena de 40 años por lo cual su condena terminaba en el año 2000. Saliò 15 años antes por causa de la amnistìa a los presos polìticos ya que adquiriò ese estatus por ser uno de los que lograron fugarse en la segunda fuga del Penal de Punta Carretas. Toda su conciencia polìtica fue adquirida dentro de la carcel en el contacto con los miembros de tupamaros que se encontraban recluìdos ahì. Tambièn es cierto que esa conciencia polìtica adquirida lo acompañó hasta el final de sus días.
ResponderEliminarYo me llamo Daniel Guillen Berdias y estuve en Punta Carretas en el año 1979 hasta el1982 y los conocimientos a el negro al muerto al negro zoquete que era de mi barrio y a Noguera que era pastor en la cárcel y yo en esa época jugaba en platense y jugaba en la cárcel en el cuadro del Negro (El gloria) se me rompe el alma recordar ese tiempo v los Viñas eran fanáticos de Boca
EliminarSe está haciendo un film sobre El Negro Viñas en Francia.
ResponderEliminarEl Negro Viñas, un auténtico revolucionario, y un tupamaro de ley.
ResponderEliminarCuantas cosas te llevaste Negrito, cuantas, tus códigos no te permitían decirlas.
Si hubieras dicho solo un poquito entenderíamos algo de lo que está pasando ahora con el pepe y sus muchachitos trabajando de mandaderos imperiales.
Y ellos adentro fundaron un club con los colores de BOCA que se llamaba Huracán
ResponderEliminarYo estaba en la celda 369 con Orlando Magallanes el pelado Juan Carlos Sosa y Eladio Joaquín Villanueva
ResponderEliminar