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lunes, 20 de diciembre de 2010

Universijazz



Antonio García Calero es un músico y profesor de francés de nuestra universidad. Lo digo por este orden, músico primero y profesor después, porque seguro que, aunque sea este oficio el que principalmente le dé de comer, ha de ser aquel el que más satisfacción le produce. No sé mucho de él, sólo que es un tipo alto que toca al menos el bajo y el contrabajo, que estuvo en un antiguo conjunto ciudadrealeño, Blue Notes, con Mariví Sáez (excelente cantante, una vez le di dos besos) y Javier Bercebal (excelente guitarrista, yo le di una vez la mano) y otra gente; que con este grupo grabó un disco hace como 20 años o más; que creo que cotuvo el café Continental en donde se escuchaba jazz y blues rhythm & blues y se veían actuaciones en directo; que, junto a sus compañeros y amigos, tan pronto toca en el Antonio Calero Trío como en el Javier Bercebal Quartet; que ahora organiza el ciclo de jazz Universijazz en el campus universitario de Ciudad Real.
Y en este evento al que tenemos la suerte de acudir algunos jueves, Antonio consigue llenos absolutos del Aula Magna de la Facultad de Letras (edificio Francisco García Pavón, llamado así en honor del escritor tomellosero, creador del policía Plinio). Presenta al grupo con un breve speech para poner al público en contexto. El pasado jueves nos trajo a Mastretta, a quienes no conocía. El organizador los introdujo explicándonos a los legos que su música nos recordaría tan pronto al circo como a una verbena de los años 50, y prometió que saldríamos más contentos de como habíamos entrado. Y efectivamente, consiguió transportarnos a otras épocas y a otros lugares, porque así lo oí comentar en algunos corrillos de los que se formaron al terminar el concierto. A la salida me encontré a Curra: me contó que estaba en casa de bajón y que a punto estuvo de quedarse y no salir; pero precisamente por ese mal rollo se obligó a enfrentarse al frío de la calle y, efectivamente, al terminar el concierto estaba, como todo el mundo, encantada y más alegre que al llegar, con un ligero subidón que duró un rato más.
Además, qué envidia sana se siente al ver a tres o cuatro metros de distancia a uno o más músicos divirtiendo y divirtiéndose, tocando, riendo, disfrutando con los ritmos sincronizados de la batería, el contrabajo, el clarinete y el saxo, el acordeón, llamando al público a acompañarles con palmas o con pitos.
Es lo que tienen la música y el arte, y la suerte que tenemos las personas de conservar algún grado de sensibilidad para considerar que algo es bello y poder disfrutarlo: un cuadro, un libro, un relato, un fragmento del discurso de Vargas Llosa al recibir el Premio Nóbel que dice lo mismo que uno piensa pero de una manera que ya quisiera uno que fuese suya («La patria no son las banderas ni los himnos, ni los discursos apodícticos sobre los héroes emblemáticos, sino un puñado de lugares y personas que pueblan nuestros recuerdos y los tiñen de melancolía, la sensación cálida de que, no importa dónde estemos, existe un hogar al que podemos volver»), una pieza teatral, una escultura, una fotografía, un paisaje, una película, un pensamiento que tenemos en algún momento.

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