Acabo de terminar, hace un par de horas, un libro breve y bastante sabroso de Luis Landero titulado “Entre líneas: el cuento o la vida”, de Tusquets. Se trata de un medio ensayo de 160 páginas, con buena letra y que se lee en dos tardes: en dos, y no en una, porque hay fragmentos deliciosos tras cuya lectura uno vuelve hacia atrás para leerlos de nuevo. Habla, sobre todo, del oficio de escritor, y por eso lo recomiendo a cualquiera que a veces se siente con el bolígrafo o el teclado a intentar tejer, ante el folio en blanco, una historia de ficción: porque se va a ver a sí mismo en muchos de sus párrafos.
En este libro, publicado en 2001 (y escrito en un rincón íntimo que el autor describe de pasada, pero en el que hay una ventana desde la que se ve un día luminoso que le invita a salir a pasear y a gozar para aprovechar esa mañana que «como tantas otras cosas, no ofrecerá una segunda oportunidad de ser vivida»; una mañana quizás con mucho sol en la que, como él dice, vibra la distancia; escrito también deprisa porque con esa prisa ha tenido el escritor la necesidad de parirlo, y porque el lector le descubre al menos dos erratas que también se le han pasado al corrector ortotipográfico: habla de un “canino” sin asfaltar y se deja un “cómo” que merece la tilde sin acentuar), Luis Landero repite una frase que ya tenía yo recogida en un cuaderno y que copié de su novela “El guitarrista”, que es de 2002: «La vida siempre estaba un poco más allá de donde él estuviera», y que un poco se resume en esta otra: «Todo lo maravilloso pasaba siempre lejos». Colecciono frases desde hace muchos años, tengo casi doscientas, y a veces las leo para volver a disfrutarlas y se me van grabando, y me encuentro en ocasiones con sorpresas encantadoras, como encontrar la misma idea en dos lugares distintos: Gustavo Espinosa sitúa su novela “Carlota podrida” en la ciudad de Treinta y Tres, en Uruguay, y escribe que «ninguno de nosotros conocía siquiera el olor de la marihuana, porque no habíamos nacido unos años antes […]. Todo había ocurrido en el pasado. O estaba ocurriendo muy lejos y nosotros no lo sabíamos». Este mismo autor también escribe: «Como los dos eran del mismo parecer no se los oía muy cómodos en la conversación»; Paul Bowles, en “El cielo protector”, dice algo más o menos parecido: «Le entristecía comprobar que, a pesar de tener tan a menudo las mismas reacciones, las mismas sensaciones, nunca llegaban a las mismas conclusiones, porque sus respectivas metas en la vida eran diametralmente opuestas».
Luis Landero habla, en el párrafo que citaba antes, de Alburquerque, su pueblo, a donde «de tarde en tarde llegaban viajeros del mundo del comercio y de la farándula que traían en los ojos la luz vertiginosa de otras tierras», una estampa parecida a la del gitano Melquíades cuando llega a Macondo, la aldea de los “Cien años de soledad” de Gabriel García Márquez: «Todos los años, por el mes de marzo, una familia de gitanos desarrapados plantaba su carpa cerca de la aldea, y con un grande alboroto de pitos y timbales daban a conocer los nuevos inventos. Primero llevaron el imán. […] En marzo volvieron los gitanos. Esta vez llevaban un catalejo y una lupa del tamaño de un tambor, que exhibieron como el último descubrimiento de los judíos de Ámsterdam. […] “La ciencia ha eliminado las distancias”, pregonaba Melquíades».
Vargas Llosa, en su reciente discurso del premio Nóbel, que ya cité el otro día, dice: «Inventamos las ficciones para vivir, de alguna manera, las muchas vidas que quisiéramos tener cuando apenas disponemos de una sola». Antonio Muñoz Molina hace un par de años escribió lo siguiente: «Cuando uno es joven se imagina porvenires diversos. Se va haciendo mayor y lo que imagina son pasados posibles. Con los porvenires que ya no van a ser y los pasados que pudieron haber sido algunas veces se inventan novelas, porque la ficción, entre otras cosas, es una manera virtual de explorar algunos de los caminos que no se tomaron o que muy probablemente no se tomarán».
Efectivamente, qué de acuerdo estoy con todos ellos.
Me ha encantado esta entrada. A veces pareciera que soy yo la que escribe, no por el increible arte con el que está escrito, sino más bien por las ideas que ahí se plasman.
ResponderEliminarMientras dure la vida, que no pare el cuento.
Un saludo.
Estoy de acuerdo en que el autor tiene un estilo precioso, para mi, de una sensibilidad muy fina y un humor maravilloso, me fascina...
ResponderEliminarEn esta ocasión especialmente trae a mi memoria a alguien especial entre los especiales... aunque con recuerdos tristes, en fin.
... a un día le sigue otro