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martes, 2 de septiembre de 2008

INDUCCIÓN, GLOBALIZACIÓN Y ECONOMÍA

He adquirido recientemente un libro antiguo de rudimentos de matemáticas que perteneció al célebre filósofo Dietrich Forrester. Entre las páginas del capítulo dedicado a la demostración por inducción, el filósofo dejó una hoja de papel manuscrita en la que trata de demostrar que, para que algunos ciudadanos gocen de bienestar, es preciso que otros se encuentren más ahogados. Según veo en el libro, la inducción es una herramienta de uso muy frecuente en la matemática. Sus demostraciones tienen tres partes: el caso base, en el que debe probarse que lo que se quiere demostrar es cierto para el mínimo número de elementos; un caso genérico, en el que se formula la hipótesis de inducción para un número arbitrario (digamos n) de elementos; y un caso general, en el que se demuestra la hipótesis para n+1 elementos.
En su disertación, Forrester toma como caso base el de una población cerrada (es decir, sin comunicación con el exterior) de 2 individuos, en los cuales uno es rico y goza de bienestar, y el otro no. Por la propia naturaleza instintiva y de supervivencia del animal humano, el rico no querrá dejar de serlo; si, por algún azar, el pobre obtiene más riqueza e iguala su renta a la del rico, ninguno de los dos será realmente “rico”, pues para que uno lo sea ha de tener algún elemento, servicio u objeto que lo distinga (una casa de lujo, mucho dinero, etcétera). En la hipótesis de inducción, Forrester supone una población también cerrada de n individuos, algunos de los cuales son ricos y los otros no. El filósofo afirma que cada vez que uno de los individuos pobres ve incrementada su renta, disminuye la diferencia con los ricos, con lo que éstos diminuyen en cierto grado su riqueza. Forrester da esto por cierto, pues es la hipótesis; yo, como carezco de conocimientos matemáticos, me fío de su palabra y también lo asumo como auténtico. Para el caso general, Forrester añade un individuo rico a la población y, por una serie de razonamientos que sería prolijo describir, concluye que, en efecto, es necesario que haya pobres para que existan los ricos.
No tengo argumentos para aceptar o refutar las conclusiones del reputado pensador, pero relaciono su pensamiento con el bienestar que hemos tenido hasta hace poco y con las peores condiciones a las que empezamos a enfrentarnos. La población cerrada de la que habla Forrester bien puede ser la de nuestro planeta, los 6.500 millones de personas globalizados que la habitamos y sobrecargamos. El bienestar de Occidente y del Hemisferio Norte tenía como contrapartida la escasez de recursos y la pobreza de los más alejados, léase latinoamericanos, africanos y asiáticos. Cuando estos individuos, en la región pobre de la población de Forrester, comienzan a demandar recursos para obtener la riqueza a la que tienen derecho, la diferencia de nuestra renta con respecto a la suya decae, provocando que nos veamos más iguales a ellos, que tengamos que pagar más por comprar unos productos por los que ellos compiten ahora, subiendo así nuestros precios y perdiendo nuestro empleo para que ellos lo obtengan. Estos cambios son ajustes naturales de la economía, contra los que apenas podemos luchar si, realmente, es nuestro deseo dejar de contribuir algún día con las ONG porque su función haya dejado de ser necesaria. La Matemática, la Naturaleza y el Hombre vamos construyendo nuestro propio destino.

«[…] la Actualidad, capítulo de la Historia que siempre está por escribir». (José Saramago, en “El hombre duplicado”).

Publicado en El Día

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