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lunes, 6 de septiembre de 2010

Sabina en Daimiel





He oído que la gente que sufre la amputación de algún miembro continúa, durante algún tiempo, teniendo la sensación de que la pierna o el brazo cortados siguen estando ahí y creo que, cuando cambian de postura en la cama del hospital, hacen con el hueco el movimiento correspondiente, tratando de llevar lo que ya no está al sitio que, unos días antes, ocupaba con normalidad; o que sienten picor en donde ya no hay nada y llevan ahí la mano para rascarse y aliviárselo. Desde que tengo teléfono con cámara fotográfica y de vídeo, retrato pequeñas tonterías que veo por las paredes de las calles o paisajes bonitos, o grabo alguna minipelícula si asisto a algún concierto (Kiko Veneno en Chiclana, Estopa en Bolaños, un grupo en El Pony Pisador de Montevideo, que canta con la misma voz que Sabina) o si soy testigo de un hecho que creo que merece ser almacenado (la aproximación lenta del avión al aeropuerto de Quito, un poco por debajo de la cima nevada del volcán Cotopaxi). El otro día lo saqué también en el concierto de Joaquín Sabina en Daimiel (ciudad a la que tradicionalmente se llevan, por lo general, mejores músicos que los que se traen a la capital) que, probablemente, es mi cantante y músico favorito, además de un hombre entretenidísimo en las entrevistas que le he visto y oído (contaba, por ejemplo, que su padre inició, al poco de jubilarse, la escritura de sus memorias, pero que el hombre había vivido tan poco tiempo que enseguida llegó al momento vital en el que se encontraba y decidió seguir escribiendo y, de este modo, cuando la muerte lo alcanzó, había escrito dos años más de vivencias del tiempo que realmente le había concedido la vida; además, cuando ya se encontraba en su lecho de muerte, acompañado por el hijo, el padre pronunció sus últimas palabras, que según Joaquín Sabina fueron las siguientes: «¿De dónde sacarán tanto dinero las diputaciones?», y fue entonces cuando cerró los ojos para expirar: reconozco que yo también me he hecho muchas veces esta misma pregunta, tal vez por eso me hizo tanta gracia).


Mi idea era grabar la interpretación en directo de algunas de sus canciones («Y sin embargo», por ejemplo, de la que él mismo dijo que es la canción de amor más bonita que ha escrito, aunque tiene muchas otras que no le andan a la zaga), pero tan sabroso e intenso me resultaba el espectáculo en directo que mantuve el teléfono en la mano sin apenas grabar, porque haberlo hecho habría significado estar pendiente de su pantalla para cuadrar la imagen; dejar de apreciar la voz ronca y un poco cazallera del cantante; sus manos arrugadas de hombre ya viejo, que las cámaras enfocaron alguna vez en primer plano cuando tocaba la guitarra, y que el realizador proyectaba en las pantallas gigantes; los detalles de los músicos acariciando sus instrumentos para producir ese sonido tan puro.


A veces, como si el hueco en el bolsillo fuera ese miembro amputado, inmerso en el olor a porro que invriablemente inunda los auditorios en todos los conciertos al aire libre, y que forma parte de ellos tanto como la sal al agua del mar, sentía en mi pierna las vibraciones del teléfono, como si alguien me estuviera llamando o me enviara un mensaje.

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