Hace años tuve un coche que ya para ese entonces era viejo. Los cinturones de seguridad no tenían, como los de hoy en día, ese mecanismo retráctil que los hace recogerse y esconderse enrollados en el mismo lugar desde el que salen, sino que consistían en una banda asida en sus dos extremos, de longitud fija, que el ocupante se ajustaba mediante una trabilla, por lo que casi siempre se llevaba holgado, esperando que al menos causase el correspondiente efecto disuasorio en los agentes de tráfico.
En algún momento decidí cambiarlos por otros más modernos, enrollables como los que he descrito, y a partir de ahí observé los curiosos y autónomos deseos de aquellos cinturones de seguridad, que se doblaban helicoidalmente sobre sí mismos sin mediar la intervención de nadie, en el reducido hueco por el que se desliza la hebilla: uno lo estiraba y abrochaba, se desplazaba con el automóvil, lo soltaba y recogía con cuidado y, al sacarlo de nuevo para volver a usarlo, un molesto y estrecho doblez le apretaba el estómago, o le incomodaba el pecho o el hombro, sin que el desplazamiento hacia arriba o hacia debajo de esa irregularidad, o cualquier giro efectuado sobre el propio cinturón, lo hiciese volver a su lisura inicial, quedándose para siempre con esa molestia.
Hoy, cuando llego a trabajar con el ordenador, observo que el cable que lo conecta al ratón tiene un nudo, como si aquél fuese un roedor auténtico, y por la noche se hubiese dedicado a moverse por la mesa buscando comida, enredándose él mismo con su larga cola de cobre y plástico. No ha habido intervención de nadie y, sin embargo, se aprecia un bucle curioso, que ha debido de formarse de manera naturalmente imposible.
Viene esto a estas líneas por Dorian Raymer y Douglas Smith, de la Universidad de California en San Diego, que han obtenido hace unos días el IG Nobel de Física por sus estudios acerca de que todo lo que se puede enredar, se enreda. Los IG Nobel premian, hacia las mismas fechas que los Nobel auténticos, los trabajos de investigación (Medicina, Física, Economía), creación (Literatura) o actuaciones (Paz) más absurdos del año.
El trabajo de estos investigadores, sin embargo, tienen un fundamento matemático sólido, la teoría de nudos, que puede aplicarse a la explicación de otros fenómenos naturales realmente relevantes. Dorian inició el trabajo de investigación siendo estudiante; Mark Thiemens, su decano, afirma que la iniciación de sus estudiantes en las tareas de investigación es uno de los elementos más valorados por los graduados que produce su universidad.
Su trabajo, además, constata un hecho que todos hemos comprobado y por cuyo origen, seguramente, todos nos hemos preguntado alguna vez: «Qué raro», habremos dicho o pensado al menos, al tratar de descomponer un nudo que no existía. No es entonces un trabajo tan irrelevante y grotesco como parece, pues expresa de manera científica los porqués de un inexplicable hecho cotidiano. Ahora solo falta que nos adentremos en sus ecuaciones y axiomas para enterarnos de por qué, esta mañana, ha aparecido esa fea bola de pelos rodando por el suelo de nuestro cuarto de baño.
Una foto aleatoria
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martes, 21 de octubre de 2008
Teoría de nudos
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