Dicen que la cara es el espejo del alma y que un grano no hace granero, aunque ayude al compañero. También dicen que el nombre que uno tenga lo marca a uno y le deja una impronta seria en su personalidad, y que no es lo mismo llamarse Manuel en España, Mohamed en Marruecos o John en los Estates que, no sé, Macario por ejemplo, en cualquiera de los tres países.
Por ver lo que pasaba, llamé a mis hijos Judas y Caín. Menudos cabrones se han vuelto.
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