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jueves, 2 de febrero de 2012

Me gusta escribir

Me gusta escribir. Escribir te permite vivir aventuras en otros mundos además de en el tuyo; te libera de tus angustias, necesidades, deseos, decepciones, secretos; construyes, mientras escribes, historias fantásticas que, a veces, relatan aquello que quisieras que hubiese ocurrido porque no sucedió tal como esperabas, desnudándote y explicando el modo en que habrías deseado que acontecieran los pasados posibles que luego se transformaron en otros porvenires. Aplicas entonces la memoria selectiva y cuentas los sucesos obviando aquello que no quisiste que ocurriera, aunque otras te recreas en lo malo y explicas con claridad lo que sucedió realmente: unas veces con dolor y pesar; otras, con placer y regocijo; las más, con un barniz de imaginación que distorsiona los hechos auténticos, liberándote.
Vivir del cuento
Vivir del cuento, vivir de tus mentiras, en el sentido de dejar que transcurran los días uno detrás de otro, gozando de los momentos en que vomitas en el papel o en la pantalla las historias que fantaseas. Cada página real o virtual que rellenas, cada párrafo, es una huella que dejas en el camino para que alguien averigüe tu rastro; es una estación de ferrocarril o un apeadero rural en el que se detiene un tren que, como la vida, a veces circula rápido y a veces lento, a veces cargado de los pasajeros que has conocido en estos años; otras veces vacío, o con solo una persona acompañándote en el compartimento: el personaje puede ser real o ficticio o mezcla de ficción y realidad. Lo construyes, en este caso, tomando, uniendo y cosiendo los despojos de la gente tan diversa que se ha cruzado contigo, como un monstruo de Frankenstein que espera una descarga eléctrica para venir a la vida: el personaje espera oculto entre las páginas a que tú lo leas para existir de nuevo cuando pongas tus ojos en las líneas de texto en las que aparecen su nombre y sus hechos, porque así revive; para morir un rato o por siempre cuando dejas momentáneamente la lectura o cuando la abandonas definitivamente.
Quien te acompaña en ese habitáculo del tren, en ese retazo de ficción incierta, puede ser una mujer bella o un asesino, o un niño que viaja solo y al que nadie espera en su destino y de cuyo cuidado debes encargarte; o un hombre anónimo que abandona el tren en algún lugar y que olvida un maletín oscuro que podrás abrir cuando el expreso cierre de nuevo sus puertas y reemprenda su marcha: el pasajero, en el andén, cae en la cuenta de su olvido y vuelve su mirada hacia el tren, que ya arranca y se aleja; el hombre observa cómo se marchan con esa pieza de equipaje sus papeles secretos, sus fotografías, acaso una pistola u otro tipo de arma; tal vez un chip, o un tubo de ensayo con una bacteria letal, o con un elixir de la verdad o de la mentira, tal vez un McGuffin.

«El escritor actúa también como un rumiante: a todo lo que ha visto, todo lo que ha tocado y oído le da vueltas y más vueltas». (José Luis Sampedro).

Fuentes
Escrito a partir de varias ideas de Mario Vargas Llosa, Antonio Muñoz Molina, José Luis Sampedro, Sofía Alonso, Aline Pettersson y Terenci Moix.



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