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miércoles, 4 de junio de 2008

El Alquimista

«—Es aquello que siempre deseaste hacer. Todas las personas, al comienzo de su juventud, saben cuál es su Leyenda Personal. En ese momento de la vida todo se ve claro, todo es posible, y ellas no tienen miedo de soñar y desear todo aquello que les gustaría hacer en sus vidas. No obstante, a medida que el tiempo va pasando, una misteriosa fuerza trata de convencerlos de que es imposible realizar la Leyenda Personal».
(Paulo Coelho, El Alquimista).


Que yo recuerde, se identificaban tres partes en la columna griega: base, fuste y capitel. En función de la sobriedad o de la cantidad de florituras que tuviese, la columna podía ser dórica, jónica o corintia. La posición natural de las columnas es la vertical, pues suelen colocarse con el fin de sujetar algo. Cuando uno se encuentra una columna horizontal, como esta, es signo de que en el lugar ha habido un terremoto o una guerra, o que simplemente el tiempo y sus inclemencias han derruido el templo que sostenían.

Salvo en una ocasión, este espacio que ocupo, hoy hace ocho lunes, ha aparecido siempre horizontal, como si las noticias y opiniones que lo rodean fuesen una metáfora de algo que empieza a caerse, pero que una cuadrilla de albañiles, con ahínco y empeño, vuelve a levantar de vez en cuando. Ese espacio semiderruido y apuntalado podría ser España o su concepto, amenazado por desafíos como el de Juan José Ibarretxe, presidente del Gobierno vasco. Sin embargo, adquirir el compromiso de escribir, y el querer hacerlo dignamente, le obliga a uno a meditar y reflexionar acerca de aquello sobre lo que opina, a plantearse soluciones sobre los problemas que plantea, a definirse política o sociológica o culturalmente, y a no dejarse llevar, en un alarde impetuoso, por una primera reacción visceral sobre la consulta popular del gobernante autonómico.

Etimológicamente, “democracia” procede de dos términos griegos que vienen a significar “gobierno del pueblo”. Ocurre que el lenguaje da muchas vueltas influido por el uso y el paso del tiempo, por los enriquecimientos y empobrecimientos de otras lenguas, por el avance tecnológico y otros factores, y las palabras y expresiones, aunque permanezcan morfológicamente iguales, alteran su significado en algún momento, sin guardar relación aparente con el original. Una expresión que cada día carece de menor sentido es “tirar de la cadena”, pues hoy debería decirse “apretar el botón”. Vista la reacción del Gobierno y de parte de la oposición, también podría ser el caso de “democracia”.

En las comunidades de vecinos se decide por votación si se cambia o no la puerta que da a la calle; en los centros de enseñanza, los alumnos eligen al delegado de clase; cada cuatro años, de alguna manera elegimos a nuestros representantes en las Cortes; ocasionalmente se nos pregunta si queremos ingresar en la OTAN, si nos parece bien el proyecto de la Constitución Europea, si estamos de acuerdo con el nuevo Estatuto de Autonomía; se ha preguntado a los vecinos de Berlín si se mantenía o se cerraba el viejo aeropuerto de Tempelhof; en Suiza, tres o cuatro veces al año se consulta a los ciudadanos por temas muy variopintos. ¿Por qué, entonces, ese miedo a que los ciudadanos vascos se pronuncien sobre las dos preguntas que se les plantean? Si se les pidiera la opinión, por ejemplo, sobre la conveniencia de repoblar sus bosques con pinos o con abetos, ¿se echaría el Gobierno en contra y amenazaría con un recurso de inconstitucionalidad? ¿Dónde está el límite de lo que se puede preguntar libremente? Y ¿qué pasa si se pregunta?

Dejemos que Ibarretxe explore las posibilidades de su Leyenda Personal, y que sea su propio pueblo la “fuerza misteriosa”, de la que habla Coelho, que lo convence de que es imposible realizarla. Y si ganan los síes, que no seamos nosotros los que, a los vascos, les impiden cumplirla.


En El Día de Ciudad Real

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