«Esta universidad no es como la de Salamanca, en la que el rector está todo el día de procesiones y vestido de lagarterano». (Luis Arroyo, ex rector de la UCLM, el 7 de noviembre de 1990).
Las palabras que reproduzco arriba las recogí y anoté en un cuaderno que aún poseo, al poco de empezar el segundo curso de implantación de los estudios de Informática. La titulación carecía de edificio propio, se admitían cada año en torno a dos centenares de alumnos y las clases con más asistentes se impartían en el salón de actos de Magisterio. Recuerdo a los profesores dando la clase micrófono en mano, como artistas que fueran a deleitarnos cantando un bolero, y a los estudiantes tomando apuntes sobre las rodillas. En un acto semifestivo, los alumnos nos dirigimos en procesión a la Casa-Palacio de Medrano, en la calle Paloma, en donde antiguamente estaba situado el rectorado, y en donde mostramos al rector nuestro disgusto por las difíciles condiciones en las que recibíamos las clases. Luis Arroyo nos recibió y con esas palabras tan ilustrativas nos dio a entender eso, que las cosas acababan de empezar y que, como Aznar en Texas, estaban “trabajando en ello”.
Con este regadío, en los sembrados y barbechos a la orilla de la vía del Ave han crecido grandes edificios que albergan laboratorios modernos, una biblioteca dotadísima o aulas multimedia. Por alguno de los raseros que evalúan las universidades, la nuestra se sitúa entre las quince mejores de España, de las casi sesenta que tenemos, en cuanto a la calidad de nuestra investigación.
Y con el rasero del antiguo rector, nuestra universidad comienza ahora a alcanzar su madurez, porque sus pasillos ya se llenaron de doctores con birretes y becas de colores cuando se invistió a Umberto Eco, a Pedro Almodóvar o a Ignacio Cirac como doctores honoris causa, entre muchos otros, o cuando vino el Rey a inaugurar el curso.
En esta etapa de consolidación, la universidad crece con nuevos centros claramente necesarios, como la nueva facultad de Medicina, pero también con otros que parecen, en principio, seleccionados más con el ánimo político (muchas veces necesario) del café para todos que con el de emplear los dineros en lo que más se necesita. En Talavera de la Reina, por ejemplo, se creará el tercer centro de Ingeniería Informática de la Región, cuando esos estudios ya se imparten en sus cercanías (Madrid, Alcorcón, Móstoles, Leganés, Aranjuez), además de en Ciudad Real y en Albacete. La primera impresión, por tanto, es que crear un tercero, cuarto o incluso un quinto centro para impartir los mismos estudios universitarios en los diversos campus, resulta en un gasto poco planificado del dinero público en una región que, por ejemplo, carece de autovías que conecten sus cinco capitales.
Pero ahora que terminan los beneficios inmobiliarios y que no está claro por qué lado comenzará a recuperarse el crecimiento económico, un análisis más profundo de la situación nos invita a ser optimistas y a pensar que la inversión en materia gris y en producción de conocimiento está justificada. Esperemos que el Gobierno regional y el de la Universidad no se hayan equivocado, y que dentro de unos años, cuando vayamos al banco a pedir un préstamo, podamos poner un ingeniero en informática encima de la mesa en lugar de un ladrillo.
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