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miércoles, 11 de junio de 2008

La vida literaria

«A media tarde, salía por Madrid a hacer eso que se ha llamado vida literaria: un poco de Ateneo, un poco de pintura, un poco de conferencia, un poco de flirteo, un poco de cóctel». Francisco Umbral, 1977

Me encontré con la frase de arriba en mi libro de COU, un manual de Lengua de la editorial Anaya de Fernando Lázaro Carreter. El autor ilustraba con ella un recurso estilístico con el que el escritor prescinde, a sabiendas, de la conjunción copulativa al término de una enumeración, dándose de este modo la idea de que la lista que se cita está incompleta y podría continuarse.


Así, el descubrimiento de la vida literaria, definida mediante la enunciación de unos pocos ejemplos de aquello en lo que puede —o no— consistir, me llenó de júbilo, y las dudas que pudiera tener sobre cuál quería que fuese mi futuro se me terminaron de disipar con ese perfil de bohemia y romanticismo tan magistralmente trazado.


Pasé mi año de COU en un instituto público de Madrid, matriculado en turno de tarde, y más como un mero número que añadir a la estadística de alumnos por cada cien habitantes, que como estudiante auténtico, pues dedicaba las mañanas a conocer los lugares que Umbral no citaba expresamente, pero que sí podían intuirse de su enumeración iniciada pero no acabada.


Años después me ocurrió lo mismo en Sevilla. Coincidí en la residencia de estudiantes con algunos chavales de los que me hice gran amigo. Me fui allí a estudiar 4º y 5º de carrera y tenía, por tanto, tres años que perder de mi pasado si no dedicaba mi esfuerzo a superar los espacios de Hilbert, los autómatas finitos, los analizadores LL(1) y LR(1). Pero ¡era tan grande la tentación de la vida literaria! Por las mañanas recogía en su habitación a mi amigo Paco, de Cuenca, o a Fran, de Jaén, o a Óscar o a Fede, de Málaga, o a cualquier otro joven como yo, deseoso de fumarse la clase de Ingeniería o Arquitectura para, aunque fuera, pasar la mañana en la calle Sierpes viendo a la gente, o tomando café o una cerveza de importación en el Placentines o en el Leonés mientras saboreábamos unos cigarros buenos, sitios caros ambos para una economía estudiantil, pero que nos dejaban el poso de un regusto a cultura o a no sé qué que nos satisfacía. Otras veces era uno de mis amigos el que venía a por mí:


—¿Nos vamos a hacer “eso que se ha llamado”? —me decían, inacabando la frase que yo les había enseñado, como haciendo un guiño al autor y al recurso, y también a mí, sabedores de que era presa fácil para quehaceres como éste.


Ciudad Real también tiene su vida literaria. Ahora salgo menos, pero el año en que hice el proyecto de fin de carrera, y que pasé a caballo entre Sevilla y Ciudad Real, ocupado tan solo a medias, asistía con mi mujer (a la sazón mi novia) a tertulias literarias en el café Guridi, íbamos a una de las tres salas del cine Castillo y luego a El Dorado a comentar la película y a que Carmelo nos echara algo de beber. En la película Cotton Club, de Francis Ford Coppola, un personaje dice «Todo el mundo va a Cotton Club». En esa época todo el mundo iba a El Dorado. Aguirre decía que tenía “La esquina más fresca de Ciudad Real”. Los días de diario se hacía mucha vida literaria en este local: sentados en un taburete o en el banco que había en el interior, sin las apreturas del fin de semana, nos ponían rock y blues, música contundente y buena. Carmelo me pidió una vez unos pequeños pero potentísimos imanes con los que me vio jugar. Tenía proyectada la construcción de una máquina que, mediante oscilaciones, generaría una secuencia infinita de energía, supongo que con un péndulo metálico que no pararía de moverse, eternamente, de uno a otro extremo.


Años después de este episodio me lo he encontrado en el Teatro de la Sensación. Sin querer, sacudí en su lata de cerveza la ceniza que quemaba mi purito y se la llevó a la boca para darle un trago. No le dije nada, claro, y él no se dio cuenta. Le pregunté por su máquina.


—La he abandonado —me dijo—, pero ahora quiero abrir otro local.


Fue la noche en que tocó el trío de Javier Bercebal. Después del concierto me encontré a Rivas, que me habló del origen de algunas de las obras que cuelgan de las paredes del teatro; luego me dijo que en unos días se iba a La Habana, no recuerdo si a pintar o a aprender nuevas técnicas de pintura, o quizás a buscar material artístico para traerse aquí.


Avanzada la madrugada llegó la policía y nos pidió silencio. Todo esto es vida literaria, aunque en este tiempo no haya hablado con ningún literato y éstas sean las primeras líneas que produzco. Pero me gusta salpicar en mi vida detalles como éstos, de huida, o de fuga, quizás de rebeldía o de temporal escape, de detalles que yo llamo literarios.

—Vámonos a casa —me dijo mi mujer—, que es tarde y mañana hay que recoger a los niños.


En Autopsia, la revista de la ciudad muerta.

2 comentarios:

  1. Hola Macario, me parece muy interesante e inteligente las lineas descritas en el blog,
    eh aprendido algo nuevo, "hacer eso que se ha llamado vida literaria", ademas de dar una descripciòn muy Cautivadora de España, te envio un cordial saludo desde Mérida de Yucatán México, Atte Angel Gomez.

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  2. Me parece que aquí hablan de ti, por si te interesa echarle un vistazo: http://gaussianos.com/graves-confusiones-sobre-el-numero-pi/

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