—Nunca he sido supersticiosa, aunque ahora he leído
últimamente que la religión es una forma de superstición, porque una cree en
cosas sobrenaturales, en un dios o en lo que sea, y piensa que le puede ir mal
en la vida eterna (la vida eterna, hay que ver, otro día si quiere hablamos de
la vida eterna, no sé yo si me gustaría vivir para siempre, una debe terminar
cansándose)… Le decía de la religión, que nunca he sido supersticiosa aunque sí
que he sido religiosa, bastante, he ido a misa los domingos hasta hace poco,
pero dejé de ir porque leí que creer en dios o en otras cosas que nunca se han
visto, atribuir poderes y omnipotencia a seres así, intangibles, era una forma
más de superstición, pero ¿qué le decía?
—Me hablaba
de que le puede ir mal en la vida eterna.
—Sí, que a
una le puede ir mal en la vida eterna si actúa mal en la terrenal; que puede ir
al infierno y penar con el fuego para siempre en las calderas de Pedro Botero,
qué barbaridad. Bueno, pues ya le digo, que jamás he creído en nada de esto, ni
en los horóscopos ni en nada. Tenía una amiga periodista que cuando acabó la
carrera empezó a trabajar en un periódico gratuito de barrio, aquí en Madrid,
no sé en cuál, pero uno gratuito de estos que se distribuye en los bares, y a
ella le encargaban, no sé si más cosas porque no me acuerdo, pero a ella le
encargaban escribir el horóscopo y las cartas al director, fíjese —la paciente
se rió—, qué engaño, que se lo inventaba todo: el horóscopo pues mire, escribía
lo que le parecía, el de su madre siempre bueno aunque su madre no lo leía,
pero ahí ella sí que tenía una superstición, que pensaba que si escribía algo
malo de ella podía pasarle, y siempre Tauro entonces lo escribía como ideal,
¿me entiende?, y las cartas al director pues inventadas del todo, unas de
agradecimiento o de lo que sea y otras de queja, pues yo qué sé, que si pongan
un semáforo en un cruce o cosas así, eso es lo que me contaba ella.
»¿Y de qué
le hablaba? Ah, sí, de la superstición, que nunca he sido. ¿Pero y a qué venía
esto…? Ah, ya, que nunca he tenido supersticiones, ni del horóscopo, ni lo de
pasar por debajo de una escalera, ni del gato negro ni nada; salvo la religión,
le decía, que creo ahora, porque lo leí, que es una superstición más, pero qué
bien que les funciona, ¿eh?, qué bien les va a la iglesia y a los muyaidinies y
a esta gente, no me diga que no. Total, que yo sí que recuerdo que de niña me
dijo mi madre que si me regalaban algo cortante tenía que dar dinero, porque si
no el propio objeto regalado cortaba la relación. Pues no sé: un cuchillo o
unas tijeras. Hay que dar algo, aunque sea una peseta o un céntimo, algo de
dinero que lo pague, para que no sea un regalo puro.
»El caso es que, claro, una tiene
siempre su precaución y mire, si puede evitar pasar por debajo de una escalera
en la calle, pues lo evita. No por la mala suerte, sino por que no le vaya a
manchar el pintor con la pintura o a caérsele algo del que esté subido, así que
si puedo rodeo la escalera y ya está. Una vez, recuerdo, que pasé por debajo de
una simplemente por reforzarme en mi condición, pero cuando la atravesé no me
quedé tranquila. No me pasó nada, ya ve, pero recuerdo que seguí caminando y
que no me quedé tranquila hasta un rato después, cuando ya se me olvidó.
—Me hablaba de dar dinero si le
regalan algo cortante.
—Sí. Tuve una vez un novio que
era profesor de instituto. Se fue una vez de excursión a Suiza con sus alumnos
y, bueno, me trajo de allí una navaja suiza, de estas multiusos, que todavía la
tengo, con abrebotellas, sacacorchos, tijeritas, en fin, lo que tiene una
navaja suiza de esas, sabrá cómo son.
—Sí, continúe.
—El caso es que fui a por él a
recogerlo al autobús el día que llegaron, y ya en su casa (estuve dos años
viviendo con él) deshizo la maleta y me dio el regalito. Me había traído
también una blusa preciosa, me la puse a menudo y al final se fue ajando. El
caso es que abrí el paquetito, ya ve usted para qué quería yo una navaja suiza,
no sé, no es así como un regalo para una novia, creo yo, pero el caso es que me
la dio y, bueno, yo lo acepté por supuesto y fingí lo habitual, que qué bien y
que qué práctica, pero me quedé como con ese azar, con ese resquemor por lo que
me había dicho mi madre cuando yo era niña.
—Lo vamos a
dejar aquí —dijo la doctora anotando algo en el cuaderno de esta paciente—, y
seguimos la semana que viene.
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