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viernes, 8 de febrero de 2019

La rehala de la derecha

En julio de 2014, Pedro Sánchez ganó las elecciones primarias en el PSOE, que lo proclamó como su candidato a presidente del gobierno. Las siguientes elecciones las ganó el PP con mayoría simple; Pedro Sánchez, que había quedado segundo, perdió la votación de investidura pese a haber pactado con Ciudadanos. En 2016 hubo nuevamente elecciones: también las ganó el PP con mayoría simple, y también quedó el PSOE segundo. En esta ocasión, Ciudadanos pactó con el PP y el Congreso invistió a Mariano Rajoy como presidente del gobierno.
En este último mandato, Rajoy duró 20 meses en el cargo: la Audiencia Nacional acababa de condenar a 351 años de cárcel a 29 acusados en el caso Gürtel, de condenar al PP como "responsable a título lucrativo" y, además, la sentencia notó la falta de credibilidad de algunos testigos, entre ellos el propio Mariano Rajoy. Por todo esto, el PSOE presentó una moción de censura que apoyaron 180 diputados, por lo que el Congreso eligió a Pedro Sánchez presidente del gobierno.
En este punto, es importante recordar que, como hemos visto en los dos párrafos anterior, es el Congreso el que vota al presidente, no los electores: las elecciones en España no son presidenciales. Viene esto a colación por el comentario de Pablo Casado sobre la injusticia cometida al expulsar del gobierno a Mariano Rajoy: en España, el poder Legislativo elige al Ejecutivo: si éste pierde la confianza de aquél, se le echa. Es la Constitución.
Pero antes de ser presidente, Pedro Sánchez había dimitido de la secretaría general del PSOE y había renunciado a su acta de diputado. ¿La razón? Mantuvo el "no es no" a Mariano Rajoy, en contra de las viejas glorias de su partido. Así, el PSOE se fracturó, él dejó digna y consecuentemente sus cargos y se echó a la carretera a reconquistar a sus militantes. Meses después, ganó otra vez las primarias en el PSOE, consiguió en unas nuevas elecciones un escaño como diputado en el Congreso, planteó la moción de censura y la ganó.
Estará o no equivocado, estaremos o no de acuerdo en que se suba el miserable salario mínimo que teníamos, nos gustará que negocie o no, que acepte nombrar a un relator... pero hay que reconocer que es un tipo coherente y que, si ha llegado ahí, es por su propia cabezonería y por sus propios méritos.
Vamos al otro lado del espectro político: Pablo Casado, dudoso máster en Derecho Autonómico y Local, gana también las primarias del PP y se convierte en el jefe de este partido. Todo el mundo (todo, todo) está de acuerdo en que este joven, próximo a zambullirse en la crisis de los cuarenta, le ha dado al PP un empujón híperrancio hacia la derecha que nos mantiene espantados a los que estemos siquiera un poco a la izquierda. Olvidando los problemas que realmente afectan a la sociedad, se obsesiona con Cataluña, Cataluña, Cataluña, todo es Cataluña, Puigdemont y Quim Torrà son encarnaciones del demonio. Cataluña es el único problema. 155, cárcel, incomunicación: esta es la solución que él propone para este conflicto. Lo queramos o no, una mitad de los catalanes quiere irse: si fuera por Pablo Casado, mandaría a esta mitad a una cárcel en la isla del Hierro o a un penal en alguna de nuestras antiguas colonias, quizá en Filipinas.
El otro pobre, Albert Rivera, que con tan buena imagen empezó hace ya años, que salía en pelotas en sus carteles electorales, y cómo se ha ido desplazando también hacia donde avanzan, cuando lee, los ojos del lector. Y esa gente de la que se rodea: el Girauta, el Villegas, la Arrimadas, la Villacís. Esta gente también ve solo Cataluña en donde mi amiga Chus ve los ciento y pico euros más que cobra desde este enero, el 155 cuando Juan ha tenido su salón a 15 grados en diciembre.
Ahora, estos dos tipos especulares se alían con el barbas para manifestarse por la unidad de España: peleadla de otro modo (y en lugar de este texto entre paréntesis escribiría un taco entre dos comas), no apeléis al instinto básico animal del ciudadano medio, no apeléis a las hordas ni a la masa enfurecida. Quitaos la bandera, que no es sólo vuestra, o usadla los de la izquierda, que también os pertenece.
"Mucha gente, hasta ayer, prefería una patria sin pan a un pan sin patria", escribía Juan José Millás hace muy pocos días, acerca de los chalecos amarillos franceses. No nos dejemos engañar, más pan y menos patria, menos pan y menos circo, Julio César, Casado, Rivera.

lunes, 6 de noviembre de 2017

Hostias, monday

Recuerdo el día en que Paco se lió un viernes después de trabajar y se fue de marcha. Empalmó hasta el sábado por la mañana: desayunó chocolate con churros y a las 10 se fue a la tienda.

Comida familiar después, partida con los amigos y de nuevo otra fiesta. Llegó al amanecer del domingo y se metió en la cama sin poner el despertador. Confiaba en que se levantaría a buena hora.

Abrió el ojo y leyó los números fluorescentes del radiodespertador: las 10,15.

-¡Hostias, Monday! -exclamó.

domingo, 5 de noviembre de 2017

Gafas, testículos, cartera y reloj

En Gran Torino, los nietos de Clint Eastwood recuerdan los lugares a los que han de llevar la mano cuando se santiguan mencionando esos cuatro lugares: gafas, testículos, cartera y reloj.

Todas las mañanas, al salir de casa, me acuerdo de ella cuando me reviso los bolsillos para comprobar si llevo la cartera, el tabaco y el móvil.

Ayer me dejé los testículos.

martes, 3 de octubre de 2017

La Historia se repite, pero que pare ya

Sé muy poco de Historia. Como suele decirse, "oigo disparos pero no sé dónde". Sé algo de los Reyes Católicos, de Carlos I de España y V de Alemania, que Alfonso XIII visitó Las Hurdes, que Manuel Azaña fue presidente de la II República; sé algo más de Historia reciente: que Franco ganó el poder con un golpe de estado que forzó una cruel guerra civil, que represalió a los vencidos, que condenó a muerte en juicios sumarios; que Adolfo Suárez fue Secretario General del Movimiento en la última época de la dictadura y, luego, primer presidente del régimen actual; que a Juan Carlos I lo eligió Franco, y que Felipe VI (me gusta decir Felipe vi, del verbo "ver") es rey por ser hijo de Juan Carlos I y no por ningún otro mérito.

Me sonaban los disturbios que, durante la II República, sirvieron de justificación a los militares fascistas que provocaron el más de medio millón de muertos. Así que me he ido a la Wikipedia para ampliar mi conocimiento sobre este tema y veo que, a las 20,10 horas del 6 de octubre de 1934 (hoy es día 3 de octubre de 2017: faltan 3 días para que se cumpla el 83º aniversario de este hecho), Lluís Companys, de ERC, proclamó el Estado Catalán. 

Veo similitudes entre lo que pasó en aquella época y con lo que aconteció hace solamente unos pocos años. Los textos en cursiva los copio y pego textualmente:

  • Con respecto a la anulación, por parte del Tribunal Constitucional, de algunos artículos del Estatuto de Autonomía de 2006, en 1934 ocurrió lo siguiente: El Parlamento de Cataluña aprobó, el 11 de abril de 1934, la Ley de Contratos de Cultivo [...]. ​Ello llevó a la derecha catalana de la Lliga, representante de los terratenientes catalanes, y que colaboraba en las Cortes Españolas con la CEDA, a reclamar la declaración de inconstitucionalidad de la ley, pidiéndole al gobierno Samper que recurriese la ley ante el Tribunal de Garantías Constitucionales, cosa que hizo [...]. El 8 de junio de 1934, el tribunal declaró [...] incompetente al Parlamento de Cataluña sobre el tema y anuló por tanto la ley.

También con lo que ya ha acontecido en estos días pasados:

  • El general parlamentó entonces con Enrique Pérez Farrás, el jefe de los Mossos de Escuadra, para que se presentara en la Capitanía y se pusiera a sus órdenes. Éste le respondió que sólo obedecía al presidente de la Generalidad.
  • La Alianza Obrera [hoy podría ser la ANC] ocupó el local de Fomento del Trabajo Nacional en la Vía Layetana con unos 400 hombres [hoy podrían ser, aunque no están ocupados en su interior, los locales de los partidos políticos, las comisarías y los hoteles en que se aloja la policía].
  • El 5 de octubre, la Alianza Obrera de Cataluña declaró la huelga general.


Espero que no suceda lo siguiente, que vino después:

  • En la fracasada rebelión murieron cuarenta y seis personas: treinta y ocho civiles y ocho militares.
  • El gobierno de Lerroux desató «una dura oleada represiva con la clausura de centros políticos y sindicales, la supresión de periódicos, la destitución de ayuntamientos y miles de detenidos, sin que hubieran tenido una actuación directa en los hechos», lo que evidenció «una voluntad punitiva a menudo arbitraria y con componentes de venganza de clase o ideológica».
  • La autonomía catalana fue suspendida indefinidamente por una ley aprobada el 14 de diciembre a propuesta del Gobierno (la CEDA exigía la derogación del Estatuto) y la Generalidad de Cataluña fue sustituida por un Consejo de la Generalidad designado por el Gobierno.
  • La anulación de la Ley de Contratos de Cultivos creó una grave crisis política entre Madrid y Barcelona (incluyendo la retirada de los diputados de ERC de las Cortes Españolas) y una considerable exacerbación nacionalista, que favorecía las actividades paramilitares.


Vamos a ver, Mariano, Oriol, Carles (@marianorajoy@junqueras@KRLS): dejaos de gilipolleces y sentaros a hablar.

viernes, 22 de septiembre de 2017

La validez de la Constitución

La Constitución Española se votó en referéndum el 6 de diciembre de 1978, hace casi 39 años.

Según la Wikipedia, había 26.632.180 habitantes con derecho a voto, de los que lo ejercieron 17.873.271 personas. De estos, 16.409.450 votaron a favor, y 1.463.821 en contra.

A continuación haré unos cálculos aproximados usando los datos de población de 1978. Los valores que se muestren no coinciden con los valores reales, pero pienso que son válidos para mi razonamiento.

En 1978, según los datos de la web www.datosmacro.com, la pirámide de población tenía la siguiente forma y su distribución aproximada era la siguiente:



Las tres franjas de edad iniciales (de 0 a 4, de 5 a 9 y de 10 a 14), que suman 9.914.429 habitantes, no votaron, y de la franja de 15 a 19 no votaron los menores de 18. Ya que hay cinco valores en esta franja, supongamos que los adolescentes de 15 16 y 17 representan el 60% de esa franja que no votó por ser menores edad: 60%x3.168.247=1.900.948 personas de entre 15 y 17 años.

En total, no tuvieron derecho a voto por ser menores de edad 9.914.429+1.900.948=11.815.377 personas.
Podemos suponer que la gran mayoría de las personas que en 1978 tenía 55 o más años ha fallecido a día de hoy (y los que no hayan fallecido se compensan probablemente con muertes prematuras), con lo que nos quitamos 7.401.681 personas.

O sea: quedan vivas 17.818.661 que tuvieron derecho a voto en el referéndum de la CE de 1978. Con una participación del 67,11% del censo, sucede que quedan vivas, aproximadamente, 11.938.502 personas que votaron. De toda esta gente, votó que sí el 91,81%, lo que suponen 10.960.738 personas, casi once millones.

Es decir, el país en el que vivimos hoy se rige por una Constitución que, con sus cosas buenas y sus cosas malas, se aprobó hace casi cuarenta años por 11 millones de personas de los 46,5 millones que vivimos en él. Es decir, por el 23,6%.

¿No es ya el momento de plantear una reforma constitucional de calado?









lunes, 11 de septiembre de 2017

Vivir sin letras

(Primer premio del concurso de relatos CreaCIC de la UCLM).

Nací para puta o payaso, escogí lo difícil, y por eso dejé el convoy de carromatos en el que nací y en el que se supone que debía de haber crecido, conservando la vida errante y vagabunda de mis vecinos, de mis amigos, de mi familia, de mis ancestros.
Recorríamos los caminos, nos establecíamos unos días a las afueras de alguna ciudad o pueblo y, entonces, rondábamos sus calles y plazas pregonando de viva voz, con una trompetilla que nos amplificaba el volumen como si fuéramos pregoneros, nuestro espectáculo más o menos circense. Con una imprenta modesta, de tipos manuales, confeccionábamos unos carteles que pegábamos por las paredes. Faltaba la E; se había perdido hacía muchos años en un municipio que no la tenía y en el que no la echamos de menos. Recuerdo bien que desapareció a finales de agosto, después de la Virgen, cuando ya se notan las noches más cortas y la atmósfera más revuelta, cuando refresca: ni en enero, ni en febrero, ni en noviembre, ni en ningún mes que tuviera esa letra. En Faramontanos no nos hizo falta, ni tampoco en Tábara, el pueblo al que fuimos después. Mi padre se enfadó mucho cuando el impresor le dijo que no podríamos escribir Escober, que era el siguiente destino, ni septiembre, que sería cuando actuáramos. Llegó al carromato nervioso, oliendo a vino y a orujo, a sudor como siempre, enfadado (en esa ocasión) por la E que no aparecía. Mi hermano pequeño lloraba en el moisés, deseaba su ración de leche materna; mi padre le chilló para que se callara; a mí me pegó; a mi madre le impidió alimentarlo. La cogió allí mismo, delante de mí, la puso de espaldas contra la mesa y la forzó en un polvo impúdico y rápido, carente por supuesto del más mínimo aprecio, como tantos otros a los que mi madre estaba acostumbrada. El borracho se tranquilizó, se echó en la butaca, se quedó dormido. Como tantas veces, lo odié. Mi hermano se calmó, ansioso, cuando sintió sus labios alrededor del pezón de mi madre.
En las afueras de los pueblos montábamos unas gradas de madera: en forma de hexágono si el pueblo era grande, en cuadrado si pequeño. En el centro extendíamos una tela grande y circular, sucia y costrosa por los excrementos de los animales que se habían exhibido en ella desde hacía ya tanto tiempo. Si amenazaba lluvia, poníamos un poste largo en el centro de la pista y cubríamos el recinto con una lona extendida por la que se colaba el agua.
Nací para puta o payaso, decía, y elegí lo difícil. El impresor que extravió la E, que era además taquillero y portero, equilibrista y ventrílocuo, cuidaba también de un grupo de lobos a los que, los días de circo, soltaba en una jaula oxidada para hacerlos correr en redondo, sentarse en taburetes, ponerse de pie, pasar agachados bajo unos semicírculos de alambre, aullar al unísono como si estuviese brillando la luna llena. Salían hambrientos y obedientes a la pista, sabedores de que si hacían las gracietas para las que los había entrenado irían recibiendo pequeños premios comestibles, de que si no las hacían recibirían un latigazo. Igual que hacía conmigo, mi padre abría la puerta de la jaula en mitad del espectáculo y depositaba a mi hermano en los brazos del domador, que a su vez lo colocaba, protegido tan solo por el pedazo de tela que lo envolvía, en el centro de la pista. Los animales venteaban las aletas de la nariz con el olor a la carne tierna, a calostro agrio, a ese sudorcillo que se les acumula a los bebés en los pliegues del cuello y, erguidos y con las cuatro patas juntas en el taburete al que se habían encaramado, sacaban la lengua nerviosos y se lamían el hocico, gruñían, hacían respingos, se sacudían, amagaban con bajar, y el auditorio se entusiasmaba y aplaudía no sé si la maestría del domador o la dudosa valentía de mi padre, que yo creo que esperaba que alguna de las bestias saltase sobre el niño para, así, tener él una boca menos que alimentar.
Al término de la función el público se marchaba pero, si era la última del día y ya había caído el sol, muchos hombres se quedaban en los mostradores en los que, fuera del recinto, las mujeres del convoy les ofrecíamos aguardiente y vino. Nos dejábamos tocar el escote, la cintura, las nalgas y, si ofrecían la suma que se solicitase, nos íbamos con ellos al carromato reservado. Mi primera vez fue con doce años. El hombre ni siquiera se desnudó. Tan solo se desamarró el pantalón y me frotó su miembro que olía a orines por mi cara y mi cuerpo. Me empujó a la cama y me abrió las piernas.
La E perdida la suplían con una F a la que añadían, con un dedo entintado, un palito abajo. Un día de fines de septiembre robé la letra C. Ya no se podría escribir ni circo ni octubre, próximo a llegar. Tampoco Cercedilla, el pueblo al que íbamos. El episodio violento se repitió. Aunque en verdad daba igual por lo que fuese, porque la violencia llegaba todas las noches a casa, con o sin C, con o sin E. Más tarde, boca arriba en la cama, tracé todo el abecedario en el aire. Sonreí al dibujar la virgulilla de la eñe, el palito de la cu. Imaginé también las palabras que necesitaban de esas dos letras extraviadas para poder escribirse: cesar, hacer, cerro, cocear, cercenar, cuerda, escapar. «Cesar, hacer, cercenar, cuerda, escapar», repetí. Mi libertad, mi niñez, mi adolescencia, mi cuerpo —que tampoco podría escribirse— cercenados. «Cesar el sufrimiento, cercenarle la vida, hacer algo», me dije. «Hacer algo y escapar», continué. «La cuerda de atar a los caballos», pensé, y fui a por ella.

Mi padre dormía profundamente, como siempre que bebía tanto: como siempre. La enlacé con cuidado alrededor de su cuello y la ceñí despacio. Despertó sin saber qué sucedía, las venas ya inflamadas por la presión que le cortaban la respiración y el flujo sanguíneo. Se estremeció, como los lobos cuando me miraban en la pista, como miraban a mi hermano. Nací para puta o payaso y escogí lo difícil.

martes, 18 de julio de 2017

Guerra o Paz

Me gusta desconectar un fin de semana, volver y enterarme de lo que ha pasado por el mundo. El 14 de julio, el presidente Macron recibió al rubio americano (me refiero a Donald Trump, no al paquete de Marlboro), al que presentó algo así como una parada militar.
Leí que las paradas militares muestran al jefe de un país extranjero la buena voluntad del que los recibe, su pleitesía, su amistad.
Las fuerzas de choque de Francia, esos bravos soldados encargados de defender y mantener la integridad de la República y sus valores eternos de Libertad, Igualdad y Fraternidad, esos mismos que  en otro momento ensayaban en el pacífico atolón pacífico de Mururoa su atómico poder destructivo, tocaron y bailaron con sus cornetas de guerra varios temas de Daft Punk.
Me gusta desconectar un fin de semana y descubrir que los que mandan tienen otra actitud: Macron o Trudeau, de momento, Mujica hace muy poco.
Ojalá y las fuerzas de guerra se conviertan ya en fuerzas de paz.